Es posible sentirse conectado a un lugar físico, incluso sin ser consciente, o no del todo. Algo así le ocurre a la actriz Nicole Wallace (Madrid, 2002) con el Cine Doré de la capital, un sitio que podría ser mágico per se para cualquier intérprete, profesional o amante del cine. Sin embargo, a ella, esta sala le evoca a su madre. «Es la persona que más sabe de cine que he conocido en mi vida. Ha trabajado en la industria, y cuando era joven venía mucho a la filmoteca. Me ha contado historias de las películas que veía, y que a veces se colaba...», dice en bajito con emoción.
Nicole es auténtica y vive una buena racha desde que empezó con 15 años (ahora tiene 22), pero prefiere no pararse a pensarlo y seguir disfrutando del camino. Acaba de volver de Chile, donde ha pasado los últimos meses rodando la serie La casa de los espíritus para Amazon y, nada más aterrizar en Madrid, le espera un fin de año non stop, con la promoción y estreno de la última entrega de Culpa tuya. Sobre la serie, inspirada en la novela de Isabel Allende, no puede contar nada aún, aunque resalta –y de nuevo aparece la emoción– lo sanador que ha sido para ella participar en este proyecto: «Ser parte de una narración tan profunda sobre estas generaciones de mujeres es un sueño. Durante el rodaje, he estado supersensible al verme rodeada de gente tan maravillosa y llena de talento. Ha sido increíble grabar con tantos actores reconocidos de todo el mundo y experimentar cómo diferentes culturas se unen para una producción tan especial».
Decimos que emana autenticidad. No hay más que verla desenvolverse en un set, estudiando un guion o posando, como hoy, con los espectaculares looks de la colección Crucero 2025 de Louis Vuitton. Pero también es lo suficientemente lista como para aprender de su propio carácter (de autonococimiento va servida) y desarrollar tácticas que la ayuden a digerirlo todo (y por todo nos referimos a la autoexigencia, las expectativas, la presión, la fama, el éxito profesional...) «Disocio, no pienso y lo disfruto. Lo he hablado recientemente con mi psicóloga... Para mí, disociar es un mecanismo de defensa. Sufro de ansiedad y si me detuviera a pensar en lo fuerte que es lo que estoy experimentando, la ansiedad se activaría... Además, ya se encarga mi madre de trasladármelo», comenta entre risas. Quizás por eso, cuando Louis Vuitton la invitó a asistir al desfile de la colección Crucero 2025, un evento histórico que cerró el Park Güell de Barcelona por primera vez en su historia, ella solamente se concentró en vivirlo. «Me hice fotos con Saoirse Ronan, Ana de Armas, Cynthia Erivo... ¡Se las pedí a todas! Incluso me dieron la oportunidad de conocer a Nicolas Ghesquière, me sorprendió la sonrisa enorme que tiene. Dicen que él aprueba personalmente todos los looks de los asistentes que van vestidos de la firma y a mí me dijo: “¡Buenísima elección!”».
Codearse con celebrities internacionales, vestir marcas de lujo y participar en grandes proyectos no eleva sus pies del suelo ni un centímetro. Ávida estudiante de Psicología, se aplica el cuento (y la teoría) en cuanto ve la oportunidad. Y funciona de verdad... «Todo lo que hago en mi vida persigue el mismo objetivo, y creo que debería ser el de todos. ¿Por qué estamos en la Tierra? Para conocernos y aprender la mejor forma de ocupar el tiempo que tenemos aquí». ¿Y en qué te ayudan tus estudios a la hora de actuar? «Cuando estudias Psicología, es porque crees en ella. Por un lado, si no sabes quién eres, no puedes conocer a los personajes, por eso también hago terapia cuando interpreto. Por otro, es necesario aproximarse a ellos sin juzgarlos, eso a mí me ha proporcionado libertad. Muchos actores sienten que no les caen bien sus personajes porque los juzgan. Sin embargo, tener conocimientos de psicología me permite abordarlos de forma empática, sentirlos y comprender sus acciones. Me parece imposible ser honesta con ellos de otra manera».
Nadie mejor que ella, que ha interpretado a jóvenes de su edad, rebeldes e idealistas, vulnerables a veces y combativas otras, para hacer una radiografía con cierto criterio (libros de psicología mediante) de las grandes preocupaciones de su generación. «Pues se siente sensibilizada por muchas cosas y a la vez por muy pocas. Hay un extremo superactivista que quiere cambiar lo establecido, que está muy informado, aunque también se encuentran los que, por ese exceso de información, se sienten abrumados y bloqueados. A mí me pasa... Cuando lees sobre todo lo que está ocurriendo, no sabes por dónde empezar, y eso hace que muchas personas se paralicen. No hay tanta gente dispuesta a alzar la voz. Pero quien sí decide hacerlo se convierte en alguien imparable en ese sentido. Alma, mi personaje en ‘Ni una más’ (Netflix), es la perfecta representación de esa actitud».
Pese a que Nicole no conoce las preguntas de la entrevista, sabe bien qué contestar. Decidida y sin miedo a decir algo excesivo o inconveniente, se mueve con las palabras tan ágil como delante de la cámara. Tiene la seguridad de que su voz puede influir a una comunidad de casi seis millones de seguidores en Instagram. Así que intenta ser muy consecuente con el discurso que transmite y, al mismo tiempo, precisamente, basa parte de sus argumentos en la necesidad de quitar presión a la búsqueda de coherencia. «Hoy se nos reclama ser políticamente correctos siempre, mantenernos en línea a nuestros valores todo el rato, y eso genera mucha presión. Con el tema del cuerpo, el body positive o la depilación, por ejemplo... Siento amor-odio por las etiquetas. Debato conmigo misma todo el rato... “¿Por qué me depilo? ¿Es más feminista depilarse o no depilarse? ¿Qué es lo que me gusta a mí?”. Es importante dejar de exigirnos y de juzgar lo que hacemos y lo que hacen otros. Hagamos lo que nos parezca en cada momento sin tanta obligación de encajar o cumplir».
Sin duda, aprovechó las extraescolares. Toca la viola y el piano, canta, baila y compone. Casi nada. Aunque este no es momento para la música. «Estoy esperando un rayo de luz, no lo quiero forzar», dice. Tampoco es que le quede mucho tiempo, entre la universidad a distancia, un curso de producción, promos y rodajes... ¿Qué más aficiones o habilidades practicas? «Monto a caballo, hago sushi (muy bien, por cierto) y crochet. Estoy confeccionando unos pantalones que igual terminan siendo una falda...», nos cuenta con orgullo.
A nivel estético, está convencida de su criterio, heredado de su hermana mayor, la artista multidisciplinar (escribe, dirige, fotografía...) Chloe Wallace, y de su madre. Afirma que la ropa es sólo ropa, «pero lo interesante es hacerla tuya. En mi caso, cuanto más masculino es el outfit, más poderosa y sexy me siento». Así, contrarresta su belleza angelical a golpe de estilo boyish y reconoce que no podría defender el look pijo español, «lo que se entiende por un cayetano, vaya...».
Nos quedamos con las ganas de saber qué desayuna la familia Wallace para que la creatividad salga a borbotones en cualquier forma de arte escénica. De todos modos, sus palabras llenas de amor al referirse a su hermana desvelan el verdadero as en la manga de Nicole, su salvavidas y su inspiración. «Nací porque Chloe pidió una hermana. Yo era su regalo y su muñeca. Me llevaba a todos lados, me enseñaba, y en cada uno de sus proyectos de vídeo, era su conejillo de Indias. Con ella hablo de cualquier tema, compartimos mucha intimidad pese a llevarnos ocho años». Desde un profundo sentimiento de admiración, es conocedora de lo especial que es la relación que han forjado. De hecho, y aunque no pueden hablar de ello, ya preparan un trabajo juntas. «Es algo personal ligado con el cine, pero no es una peli o serie al uso... Antes de que termine el año, ojalá podamos ponerlo en marcha. También tenemos propuestas (externas) para colaborar juntas, pero somos muy tiquismiquis y no queremos decidir a la ligera».
Mirando al futuro, se ve abriendo un estudio de psicología y arte, haciendo lo que le apetezca «y no lo que toca». Mirando al pasado, «desearía poder advertir a la Nicole de 15 años de que lo está haciendo bien, y decirle que siga confiando en su talento, que afloje un poco y disfrute». Aprender con 22 años que la vida está para gozarla, reírla y trabajarla parece común en una generación que, por otro lado, no está dispuesta a seguir la inercia. Nicole exprime sus talentos sin demasiada ambición, intentando deshacerse de la presión y no abrumarse con la sobreexposición que conlleva su profesión, porque, y parafraseando a su madre con el mejor consejo que le ha dado jamás, «lo puedo dejar cuando quiera».
