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Cada año comienza con nuevos miedos e ilusiones y ante todo, con propósitos a estrenar (o a renovar) entre los que junto a limitar los brindis de más y no hacer del gimnasioun lugar esporádico y anecdótico, se encuentran en muchos casos dos propuestos opuestos: aprender a frenar y a descansar o aprovechar el tiempo al máximo. Por eso, cuando las 12 campanadas terminan y nos adentramos en esos días que todavía son algo ¿oníricos? ¿inciertos? pre Reyes, en los que la Navidad sigue presente y en los que ver Netflix con la mantita se erige como un placer delicioso, muchas personas sienten ansiedad al pensar que no están sacando el máximo partido a sus días.
De hecho, no hacer nada es tan complicado que incluso hay libros que explican cómo conseguirlo o al menos, cómo intentarlo. No hay instrucciones de IKEA capaces de resumir la complejidad que encierra este intento. Es el caso del popular ‘Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención’ (Ariel,2021), en el que Jenny Odell explica que en una situación en la que cualquier momento de vigilia se ha convertido en un tiempo en el que nos ganamos la vida, y en el que entregamos hasta nuestro ocio para que con él se lleven a cabo evaluaciones numéricas a través de los me gusta de las redes, el tiempo se convierte en un recurso económico, por lo que ya no existe justificación para pasarlo sin hacer nada.
“Creo que "no hacer nada" -en el sentido de rechazar la productividad y detenerse a escuchar- implica un proceso activo de escucha que busca los efectos de la injusticia racial, ambiental y económica y genera un cambio real. Considero que "no hacer nada" es tanto una especie de dispositivo de desprogramación como un sustento para aquellos que se sienten demasiado desarticulados para actuar de manera significativa”, aclara la autora.
Pero en este mundo movido por la productividad y por el afán de crear contenido sin descanso, emerge en las redes sociales un movimiento: 'bed rotting'. Tengamos en cuenta que la traducción literal es “pudrirse en la cama”, por lo que queda claro con la nomenclatura que quienes deciden practicar este fenómeno no estarán exentos de estigmas, de malas miradas y en muchos casos, de culpa. Se trata de no salir apenas de la cama para poder ver la televisión, hacer un infinito scrolling con el teléfono o como diría Alaska, “ver la vida pasar”.
Esta corriente es popular entre muchos miembros de la Generación Z, que son víctimas del 'burnout' y de la presión que sienten por ser alguien y por hacerlo todo. ¿Su respuesta? Meterse debajo del edredón. Porque esta corriente puede tener cierto sentido o ser justificable entre los más jóvenes, pero a quién tratamos de engañar: cuando has de pagar un alquiler, entre otras muchas cosas, la idea de hacer de la cama tu nido se antoja ciertamente novelesca. Es más: en ‘Mi año de descanso y relajación’ (Alfaguara, 2019), Ottessa Moshfegh habla sobre esos 365 días en los que se permite no hacer nada, una autorreceta para protegerse del mundo.
Antes las redes hablaban del ‘duvet day’, es decir, del día del edredón, que mientras que para algunos estaba vinculado a o ir a trabajar (por enfermedad o por cuento), para otros suponía la elección de dejarse atrapar por el edredón. “La diferencia radica en utilizar un lenguaje deliberadamente desagradable para describir este comportamiento. Evoca de forma deliberada una sensación de aspereza. Lingüísticamente, un día de edredón suena agradable y confortable, mientras que pudrirse en la cama evoca una sensación de decadencia, como si la vida se estuviera colapsando sobre sí misma. Pudrirse en la cama no está exento de llevar la misma ropa todo el día o del letargo que puede surgir al estar acostado durante horas y horas”, asegura Sadhbh O'Sullivan en un artículo publicado en ‘Refinery29’ llamado ‘Pudrirse en la cama es asqueroso, pero la vida también lo es’. Mis dieces.
Es curioso que este término gane fuerza precisamente cuando el sleepmaxxing gana adeptos. Se trata de una nueva tendencia de autocuidado que consiste en maximizar la calidad del descanso abogando por todo tipo de dispositivos y fórmulas que sinceramente, resultan tan agotadoras como dormir poco. Aunque darse un respiro del trajín y abrazar el edredón puede ser beneficioso, Mapi Hermida, experta en la gestión del tiempo y autora de ‘Sí te da la vida’ (Plataforma Editorial, 2024), quiere añadir una aclaración.
“Cuando decido descansar y no hacer nada, es una decisión voluntaria. El problema está cuando vas como un zombie, cuando se apropian de tu tiempo y cuando realmente tu tiempo no se asocia a un tiempo de propósito. Dicen que quien tiene más de cinco horas libres y no las emplea en hacer algo significativo, no tiene un propósito de vida”, explicaba a ‘Elle’. Por eso Helene D’Jay, directora ejecutiva en Newport Healthcare, advierte en Buzzfeed que hay formas saludables y otras que lo son menos de abrazar esta tendencia.
“La opción 'saludable' sería un descanso intencional para el rejuvenecimiento, el autocuidado y un sueño nutritivo para el cuerpo. La no saludable es poner en marcha una inactividad prolongada, el retraimiento social y la pérdida de interés, algo que se asocia más a menudo con problemas de salud mental”, asegura.
Pero quien quiera dejarse llevar por la vagancia -siempre teniendo en mente las advertencias de D’Jay- ha de hacerlo sin el peso de la culpa. Así lo señala en TikTok 'Life as Raven', que tiene muchos vídeos sobre ‘bed rotting’ (algunos incluso acerca de looks adecuados para hacerlo), en realidad esta tendencia no supone necesariamente no hacer nada, pues quien la pone en marcha es consciente de que está dejando de lado determinadas obligaciones o actividades, por lo que la culpa puede entrar en juego. “Como experta en la materia, lo adecuado es elegir momentos para poner en marcha el ‘bed rotting', los que sean mejores para que así le des un nuevo significado y lo hagas de una manera más saludable para ti. No creo que sea posible, a largo plazo, intentar que todo lo que hacemos sea productivo, y por eso hay que sacar el lado bueno del ‘bad rotting’ para que quien lo practique no se sienta mal”, asegura.
Durante el confinamiento, los expertos recomendaron a la sociedad que saliera de la cama subrayando la idea de que al transformarse durante un tiempo indeterminado el hogar en su oficina, era fundamental separar la vida ociosa de la laboral. Sin embargo, como autónoma, confieso que arqueé la ceja: no podría contar con los dedos de ambas manos (ni de ambos pies) los días que trabajo desde la cama. ¿Es bueno para la espalda? No. ¿Supone vincular el descanso con el trabajo? Sí pero, ¿acaso no es eso ser freelance?
La escritora V. V. Ganeshananthan acaba de publicar en la versión británica de ‘Elle’ un texto en el que hace una oda a su cama como su lugar de creación y trabajo, y por cierto, Orwell, Proust y Churchill también escribían desde el lugar destinado a descansar y dormir. “La historia de mis camas es también la historia de mi trabajo. No es necesario que a nadie le parezca trabajo y, de hecho, probablemente no lo sea; el uniforme cambia sólo de pijama a chándal, y escribir no requiere nada formal, más allá de las frases y los libros. No pensé que mi cama pudiera mejorar, pero hace unos años compré una nueva cama tamaño king, de esas que se doblan para sostenerte, que levantan tu cabeza o ponen tus piernas en una posición equivalente a la gravedad cero. Había sido mi propio escritorio ergonómico durante tanto tiempo que descubrir una cama que me abrazara, que se hiciera a mi alrededor, me pareció mágico: el tipo de magia que hace posible mi escritura. El mundo es grande, pero mi cama también: mientras pueda trabajar en ella, podré afrontar el mundo”, escribe.
Y si tu cama no es grande, recuerda que la imaginación sí puede serlo, y pocas cosas hay más apetecibles que tumbarnos, dejar que el edredón nos haga olvidar el frío y trasladarnos a cualquier parte del mundo o de nuestros recuerdos convirtiendo nuestra cama en lo que queramos: en el epicentro del deseo, del trabajo, de la creatividad, del descanso o de ese placer mayúsculo que es no hacer nada. Porque no pasa absolutamente nada si de vez en cuando, nos permitimos el inmenso placer de disfrutar de ese lugar tan sagrado que es la cama.
Marita Alonso es experta en cultura pop y estilo de vida. Escribe acerca de fenómenos culturales desde una mirada feminista en la que la reflexión está siempre presente. No tiene miedo de darle una pincelada de humor a las tendencias que nos rodean e intenta que el lector ría y reflexione a partes iguales. Cuando escribe sobre relaciones, su objetivo es que la toxicidad desaparezca y que las parejas sean tan saludables como las recetas que intenta cocinar... Con dramáticos resultados, claro. Los fogones no son lo suyo.
Ha publicado dos libros ("Antimanual de autodestrucción amorosa" y "Si echas de menos el principio, vuelve a empezar") y colabora en diversos medios y programas de radio y televisión luchando por ver las cosas siempre de una manera diferente. Cree que la normalidad está sobrevalorada y por eso no teme buscar reacciones de sorpresa/shock mediante sus textos y/o declaraciones.
Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense, imparte master classes de cultura pop, estilo de vida y moda en diversas universidades. En Cosmopolitan, analiza tendencias, noticias y fenómenos desde un prisma empoderador.