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Aunque la salud mental se ha instalado en nuestra conversación diaria y al hacerlo, hemos aprendido a analizar nuestras emociones e incluso a dejar de intentar aparcar por norma la tristeza, el enfado sigue siendo ninguneado. Sin embargo, un estudio publicado la revista 'Emotion' demuestra que las personas que habitualmente tildan los sentimientos negativos (como la tristeza, el miedo y la ira) como malos o inapropiados, tienen más síntomas de ansiedad y depresión y se sienten menos satisfechas con sus vidas que quienes tienden a percibir sus emociones negativas bajo una luz positiva o neutral.
“El enfado, como emoción necesaria y adaptativa, si se expresa de manera empática y asertiva, nada tiene que ver con un momento cargado de ira. Uno de los motivos por los que tantos demonizan la ira es habernos criado en un entorno en el que las emociones no se expresaban con normalidad. En lugar de sentirlas y experimentarlas, para poder gestionarlas, se reprimían o contenían, corriendo el riesgo de que el enfado no se reconociera y se manifestara en formato ira, de manera constante o de forma explosiva en momentos concretos”, explica a ‘Elle’ Sonia Díaz Rois, Coach y Mentora especializada en Gestión de la lra y Eneagrama.
Cómo enfandarse en la era del 'be happy'
En tiempos de unicornios y arcoiris, el negocio de la felicidad vende millones de libros de autoayuda (por ello Edgar Cabanas, coautor de 'Happycracia', asegura que la felicidad es una industria) y la ira se castiga. De hecho, la docu serie ‘Beckham’ plasma cómo el Reino Unido vuelca su odio sobre el futbolista cuando en un arrebato de ira, le da una patada a Simeone que provoca su expulsión del partido. Tiger Woods también fue objeto de crítica por su temperamento, que intentó controlar mientras la prensa especializada se preguntaba si al hacerlo, su forma de jugar cambiaría.
En una sociedad adicta a las frases buenorrolleras... ¿acaso la ira no lo tiene realmente complicado para convivir con esa corriente? Sonia Díaz Rois considera que este tipo de frases se contradicen con la exigencia de tener que decantarse por una postura concreta. “Parece que vivimos rodeados de una exigencia en la que todo tiene que parecernos bien, tenemos que estar siempre felices y contentos, buscando el bienestar constante y estar de buen rollo todo el tiempo y de acuerdo con todo. Pero esa ni es ni debería ser la realidad, ya que es imposible, porque no es posible aceptar todo. Si es así, no estaremos respetándonos. Se tratará más bien de una negación de las necesidades, preferencias y derechos propios para sobre adaptarnos a todo lo demás”, aclara.
“El enfado, al igual que la alegría, se considera una emoción de aproximación, ya que nos permite dialogar y expresar nuestras preferencias y nuestros derechos de una manera adecuada, sin exigir que otras personas piensen como nosotros. El enfado busca ser escuchado y comprendido, pero en ningún momento es exigencia. Lo que nos anima es a entendernos y encontrarnos en un punto intermedio, en caso de que exista alguna discrepancia. Podemos enfadarnos de buen rollo ya que, como hemos visto, para expresar nuestras preferencias y reclamar nuestros derechos, no necesitamos conectar con la ira”, añade.
Algunos expertos hablan incluso de “la segunda ola de psicología positiva”, indicando muchos psicólogos que los sentimientos negativos que nos hacen sentir incómodos o infelices, en ocasiones, pueden ser beneficiosos, pues si les prestamos atención, nos ayudan a reconocer lo que está mal en nuestra vida y nos motivan, por ende, a buscar un cambio.
El enfado femenino
“Cuando una mujer es emocional, alegan que es una histérica y es penalizada por ello. Cuando un hombre hace lo mismo, es “franco” y no hay repercusiones”, escribió Billie Jean King en Twitter ante la tensa derrota de Serena Williams en el Open de Estados Unidos. En un estudio llamado ‘Can an Angry Woman Get Ahead’ (¿Pueden las mujeres enfadadas progresar?), los investigadores descubrieron que a los hombres les beneficia expresar su enfado en un entorno laboral, mientras que ocurre lo contrario en el caso de las mujeres.
“Considero que del mismo modo que muchos hombres siguen honrando de manera inconsciente aquello de “los chicos no lloran”, nosotras hemos reprimido nuestro enfado durante mucho tiempo, ya que estaba mal visto expresar esta emoción. Nuestro rol de cuidadoras y de estar dispuestas para con la familia ha sido un deber que nos ha acompañado durante muchos años. Hace bien poco, estaba mejor visto un desmayo de película que enfadarse, incluso en alguna película clásica se llegaba a ridiculizar a la protagonista femenina diciéndole “Qué guapa estás cuando te enfadas”, porque no se le tomaba en serio o se relacionaba con algo sexi”, explica Sonia Díaz Rois.
“Ahora que ya estamos en un punto en el que sí empezamos a expresar el enfado, el estrés y las exigencias nos pueden estar jugando una mala pasada a la hora de gestionarlo, ya que muchas veces nos puede faltar tiempo para nosotras, por querer estar a todas. Además de las responsabilidades que teníamos antes, ahora hemos añadido muchas más y queremos seguir como si nada, haciendo caso omiso al estrés que nos puede generar seguir cierto ritmo de vida. Muchas son las exigencias y la presión que nos impone la sociedad, y los cánones, además de todo lo que nosotras muchas veces nos auto imponemos”, indica.
Ni calladitas estamos más guapas, en definitiva, ni calmaditas. “Si nos referimos a una reivindicación de los derechos, una batalla contra las injusticias y al hecho de querer conseguir algo, si usamos la energía del enfado para superar el miedo, por ejemplo, nos puede aportar ese empuje para seguir adelante. Además, el enfado también nos conecta con el optimismo y es un gran motor de cambio, siempre y cuando lo hagamos desde el respeto y sin dañar a nadie”, dice la experta en Gestión de la lra y Eneagrama.