Casi nada me seduce más que un buen principio. Ese borrón y cuenta nueva, el abanico infinito de posibilidades. Me produce una energía enfermiza, así que cada poco me los invento. Un domingo es la ocasión perfecta para reconfigurar mi sistema de valores, y también puede serlo la pausa para comer. Puede que hasta ese momento trabajase con algo de desgana, pero ya veréis a partir de las 15:30. Después de este café escribiré párrafos más inteligentes. Si os hago partícipes de mis neuras es porque sé que ahora más que nunca me entenderéis: el más principio de todos los principios está ahí, a la vuelta de la esquina.
Enero es un folio en blanco, momento de balance, y esto no es nada nuevo. Según el diccionario Merriam-Webster, el término ‘propósitos de Año Nuevo’ apareció por primera vez en 1813 en una columna de un periódico de Boston. Pensar en la persona que queremos ser en un nuevo año que empieza es humano. «Es bueno y necesario marcarnos fechas que impliquen renacer, volver a empezar. Nos permite no sentir que estamos estancados en un devenir continuo», explica el psicólogo Jordi Isidro. En la práctica, sin embargo, no suele suceder así. Los gimnasios lo saben y por eso en enero ofrecen descuentos si pagas seis meses por adelantado. Saben que la mayoría abandonará después del primer mes. Llegar a ser esa persona que proyectamos es complicado y las intenciones, por buenas que sean, suelen quedarse por el camino. «La discordancia entre expectativa y realidad acaba generando frustración, que es la antesala de la ansiedad y el estado depresivo», advierte Isidro.
Igual que lo hemos hecho con tantas cosas en los últimos años –el trabajo, la familia, los roles de género, la reducción de vinagre balsámico–, quizás convenga que nos replanteemos esto de la lista de propósitos, y me parece buena idea empezar por el origen: la manera en que los marcamos. «La mayoría de los propósitos fracasan por dos razones: o bien no existe un deseo profundo de cambio, o bien no entendemos por qué queremos cambiar, de modo que nos centramos en algo externo cuando lo primero que necesitamos es mirar hacia dentro», explica la coach Amina Altai. «Normalmente no se cumplen porque son poco reflexionados, poco maduros y demasiado exigentes», añade Isidro.
Para no quedarse en intención, un propósito tiene que ser –según Isidro– asequible, medible, flexible y realista. Tiene que adaptarse a nuestra realidad y capacidad de sacrificio actuales. «Hemos de analizar y seleccionar lo que nos genera placer, satisfacción, motivación e ilusión», sugiere. «Después, combinar estos elementos y adaptarlos a nuestra personalidad. Por ejemplo, no tiene sentido que una persona con una personalidad dependiente quiera irse 6 meses a viajar sola. Puede empezar por un fin de semana».
También ha de ser muy auténtico, muy nuestro. Aquí nadie más –ni tu pareja, ni tu amiga, ni tu madre, ni tu jefa ni la influencer que está pasando la Navidad en Costa Rica– tiene voz ni voto. «Estamos en una sociedad muy mercantilista donde parece que los objetivos siempre son materiales –dinero, un título, un coche, un trabajo, una pareja, un viaje, un buen cuerpo–, pero los objetivos más satisfactorios son los emocionales –estar tranquilo, estrechar vínculos, mejorar relaciones, sentirnos bien–», explica Isidro.
Por último, ha de ser profundo. «Es muy importante identificar el deseo y desenterrar el porqué detrás del mismo. Podemos ponernos como propósito ganar más dinero, pero tras ese deseo suele haber otro más profundo, como ser valorados en el trabajo, sentirnos más capacitados», explica Altai.
Me atrevo a afirmar que las dietas mágicas, los retos de abdominales en 20 días o los 10 sencillos pasos para conseguir el trabajo de tus sueños son aventuras ya de otro tiempo –y menos mal–. En la vida no hay atajos. No hay cambios bruscos, como mucho micro-cambios, y a eso debemos aspirar. No nos despertaremos el día 1 de enero siendo la persona que queremos ser, ni siquiera el 31, pero qué importa. Lo que queda es haber dedicado un rato a pensar quién es esa persona, por qué es así. Un rato a estudiarnos y a llenarnos de buenas intenciones. Estos días son para pensar en lo que nos llena, en lo que nos inspira, y dejar que cale y depure el instinto. Son días para marcar la dirección en la que queremos caminar y entrenar la mirada para que dirija cada decisión insignificante, cada detalle diminuto –la diferencia siempre está en ellos– durante los próximos 365 días.
Escribe sobre psicología, vida laboral y relaciones emocionales. Escribe, como decía Joan Didion, para entender el mundo. Estudió Periodismo y Comunicación Digital en el CEU San Pablo y Comunicación Estratégica en la Universidad de Columbia. Empezó su carrera en el diario digital The Objective. Ahora escribe en ELLE y S Moda, y también ayuda a marcas a contar su historia. Vive como escribe: en un intento constante por descubrir qué significa ser mujer adulta y feminista en el presente. Para ello, se sirve de las voces de mujeres que se plantearon esa cuestión mucho antes que ella. Le gustaría que todas las comedias románticas fuesen como La peor persona del mundo.