¿Qué sucede con todo lo que se construye en una relación de pareja cuando esta se acaba? ¿Qué se hace con lo que ya no puede servir su propósito, lo que ya carece de un contexto que le dé sentido? La escritora Laura Ferrero contó en una entrevista que tituló su libro de relatos Piscinas Vacías en una especie de oda a lo que ya no está. «La tristeza de un objeto tan grande clamando al vacío. Una metáfora de lo que hacemos con muchas relaciones de la vida: cuando las pierdes, ya no las puedes usar de otra manera», explicaba. Igual que una piscina que se vacía con la llegada del otoño. Coincido en reconocer una piscina sin agua, con hojas secas, como la estampa de la tristeza. Coincido también en la metáfora y en esa tendencia a la melancolía. Sin embargo, no sé si es el nuevo año, pero hoy me apetece explorar vías alternativas; la posibilidad de que la piscina vacía sirva al fin y al cabo para algo, de que no todo lo construido tenga que desecharse. Hablo, habréis adivinado, de ser amiga de tu ex.

ALFAGUARA Piscinas vacías (Hispánica)

Piscinas vacías (Hispánica)

Hablo, también, de un supuesto concreto y aislado. Véase: una ruptura de una pareja sin hijos en la que no ha habido violencia de ningún tipo. Que simplemente se ha apagado. No eres tú, soy yo. Y hablo con la ayuda experta de Eva Barrio, psicóloga especializada en terapia de pareja y perspectiva de género y directora de Nara psicología.

Cuándo sí, cuándo no

No todas las amistades funcionan. Cuanto más avanza la vida, de hecho, más complicado se vuelve. Pues con un ex, más todavía. Por eso, para hablar de las que sí pueden funcionar, tenemos que empezar estableciendo unas condiciones que lo harán más fácil o, al menos, posible. Primero: que no hayamos volado la relación por los aires con un explosivo. «Es más fácil si la relación se terminó antes de deteriorarse del todo. Si no hemos llegado hasta el punto de cargárnosla por hartazgo», explica Barrio. También lo es si había una conciencia más o menos similar por ambas partes de este deterioro. «Si hay mucha desigualdad en la decisión, si una de las personas no se había dado cuenta de ese proceso de ‘muerte’, no había visto indicadores y le pilla por sorpresa, mantener una relación para la parte que ha sido dejada es más difícil. Tiene que pasar un proceso de duelo más complejo», prosigue.

Y llegamos aquí a uno de los aspectos clave para que una relación de pareja evolucione en amistad: el duelo. Independientemente de quién decida dejarlo, tiene que haberlo por ambas partes y que funcione requiere de tres ingredientes: tiempo, límites y sinceridad. «Decir lo dejamos no es haber hecho el duelo por mucho que supiésemos desde antes que iba a acabar. Ese es el primer paso. Ahí empieza. Por eso es necesaria la separación por un tiempo», cuenta Barrio. ¿Hablamos de contacto cero? «Eso depende de la persona, pero tiene que haber un cambio. No se puede mantener la misma rutina. Tiene que haber un cierto grado de ruptura para elaborar ese vacío», añade. Ahí entran también los límites y, para construirlos, la sinceridad con una misma y con la otra persona al respecto de lo que se siente. «Esto puede llevarnos a poner en una balanza si me compensa, en caso de que siga sintiendo algo, empezar a construir la relación o prefiero esperar», argumenta.

El tiempo que lleve, como todos los duelos, no está preestablecido. Aquí no hay normas. Lo que sí hay son indicativos. «Aceptar que hemos terminado conlleva, por ejemplo, no mantener relaciones sexuales, o no tener dudas, no pensar ¿y si volviésemos? Aceptar que eso no lo vamos a volver a tener, que habrá nuevos códigos», apunta.

Cómo construir un nuevo vínculo

Una vez aceptado que los códigos serán nuevos o no serán, llega la fase de construir ese nuevo vínculo, uno diferente, pero con algunos ingredientes comunes. Barrio explica que, en las relaciones románticas, hay básicamente tres tipos de elementos de unión: pasionales –la parte más física–, de cuidados –tienen más que ver con el compromiso– y fraternales –compartir hobbies, valores, maneras de ver el mundo–. Son de éstos últimos de los que hay que tirar para que el vínculo evolucione, de esa amistad de base. El día que supe que J. y yo habíamos vuelto a ser amigos fue el que me cayó el primer vacile d.R. (después de la Relación), pero había habido señales antes: seguirnos en Goodreads para ver qué estábamos leyendo, recomendarnos alguna película, comentar que qué jersey más guay, poder tomarnos una caña con amigos comunes… En fin, regresar al territorio compartido, resignificándolo.

Es complejo, claro que sí. A partir de aquí la relación se desarrolla en una especie de limbo. Ya no es de pareja. Tampoco se puede meter en el mismo cajón que el resto de amistades. De hecho, es probable que nunca pueda meterse en ningún cajón. Como la mayoría de cosas buenas de la vida. Y, como estas, requiere esfuerzo, dedicación, para que ese nuevo vínculo crezca, para que los códigos se afiancen, para que la complicidad se recicle, para poner en práctica aquello de la ecología emocional, para que todo el cariño no caiga en saco roto, para honrar en cierto modo lo vivido. Para hacer skate en otoño en una piscina vacía.

Headshot of Carolina Freire Vales

Escribe sobre psicología, vida laboral y relaciones emocionales. Escribe, como decía Joan Didion, para entender el mundo. Estudió Periodismo y Comunicación Digital en el CEU San Pablo y Comunicación Estratégica en la Universidad de Columbia. Empezó su carrera en el diario digital The Objective. Ahora escribe en ELLE y S Moda, y también ayuda a marcas a contar su historia.  Vive como escribe: en un intento constante por descubrir qué significa ser mujer adulta y feminista en el presente. Para ello, se sirve de las voces de mujeres que se plantearon esa cuestión mucho antes que ella.  Le gustaría que todas las comedias románticas fuesen como La peor persona del mundo.