Pensé que era yo y mi educación emocional dudosa a base de comedias románticas, pero no. Resulta que vamos todos por ahí anhelando encontrar el Amor con mayúsculas de una manera romántica, épica. Una caída aparatosa, los libros por el suelo, el último aguacate maduro del supermercado. La historia que emocionó a Meg Ryan. Lo sé por el éxito de cuentas como Meet Cutes NYC, donde neoyorquinos cuentan la historia de cómo se conocieron. También por la proliferación de gurús que te enseñan a hablar con esa extraña con quien has cruzado dos miradas en la sección de ensayos de la librería. No hay que fiarse nunca de los gurús, pero su mera existencia y elección de un tema sobre el que pontificar nos da pistas sobre aquello que nos preocupa. El canal How to talk to strangers, en TikTok, por ejemplo, tiene casi 62 millones de visitas.

Leí también que hay una nueva app de citas llamada Closer que promete una “experiencia en la vida real”. Me la he descargado y funciona así: tú ‘fichas’ a una persona en la vida real y, si te interesa, vas a ver si está en Closer y le mandas un “guiño”. Cuando os separáis, esta persona ve tu guiño y, si le interesas, te escribe. No sé. Tendría que atreverme a mandar un guiño sin sentirme el tío de You para juzgar, pero de primeras parece simple: una app que no es como las demás apps, que, por supuesto, son señaladas como principales culpables de que ya no nos enamoremos “como antes”, sea lo que sea eso –¿un matrimonio de conveniencia? ¿un primo cuarto, quizás?–. En 2022 hicieron una encuesta global entre los usuarios de Tinder. Casi el 80% de entre 18 y 54 años declararon sentir agotamiento emocional o fatiga cuando tenían citas por Internet. Cualquiera que las haya usado, incluso quienes han encontrado una relación bonita y sana en esa jungla, se identificarán con este dato: es realmente agotador, pero, ¿es el medio el único problema? ¿El único culpable del agotamiento emocional?

EnEn un artículo de The Atlantic de The Atlantic, la periodista Faith Hill se planteaba si realmente es más genuina que las denostadas apps esta avidez por encontrar el amor buscándolo en cada esquina, en cada mirada sostenida un segundo de más, confiando en los poderes de la serendipia. Era una pregunta inconclusa que despertó otra en mí: ¿y si las apps no fuesen el problema? ¿Y si la frustración tiene más que ver con la forma en que enfocamos las relaciones y el ‘conseguirlas’? Tanto si hacemos swipe en Tinder como si entramos a una cafetería llena de extraños que saborean sus lattes esperando salir de ambos lugares con un nuevo proyecto de pareja, el deseo de fondo es el mismo: queremos el resultado, una relación, el Amor que merecemos, y lo queremos ya. Todo lo que hay entre ese deseo y su consecución no nos importa, desaparece.

La socióloga Eva Illouz introdujo en Intimidades congeladas el concepto de capitalismo emocional, la idea de que aplicamos a nuestras relaciones personales las mismas pautas de consumo que a cualquier otro producto y las medimos por los mismos estándares de eficiencia. Para Guillermo Fouce, doctor en Psicología, profesor en la Universidad Complutense y presidente de la fundación Psicología sin fronteras, estas lógicas tan frecuentes, como el preguntarnos ¿qué me aporta? o ¿me conviene? rompen los parámetros relacionales. «Los conceptos modernos de productividad y eficiencia son parámetros ajenos a las lógicas emocionales y relacionales. Cuando se aplican a éstas, hacen que las cosifiquemos y que pierdan valor. Aparece una presión por el resultado, por no perder el tiempo, por ser eficaces. Esta colonización no le sienta nada bien», explica, y propone una alternativa donde se reconozca ese espacio entre el deseo y su consecución: «Recuperar la sorpresa, el contacto directo, la posibilidad incierta, el darse tiempo, experimentar, acercarse y alejarse».

La escritora Sara Torres, autora de (entre otros) La Seducción, una novela en la que explora los entresijos del deseo, me respondió en una entrevista hace unos meses algo que viene muy a cuento: “No puede haber seducción sin tiempo de la seducción. Un tiempo no productivo, donde no buscamos un objetivo. Ya solo otorgarle tiempo es una postura ética (....) Lo que importa es ese momento, cada uno de los momentos del proceso, no importa llegar a ningún lugar”. Ella, que ha abordado el deseo no solo desde una visión novelística, sino también académica, a través de su tesis (El texto lesbiano: Fantasía, fetiche y devenires queer), propone un modelo de seducción que es un viaje con tiempos lentos, donde no necesariamente sabemos qué queremos de la otra persona, y mucho menos cuándo. “Es una lógica muy de consumo, el empezar un gesto sabiendo hacia dónde va. La seducción consistiría precisamente en no consumir a la otra. Querer que sea largo. Si me salto la seducción y te consumo ya con lo que pienso que quiero de ti, ¿qué vamos a aprender juntas?”, decía en otra entrevista en el podcast Ciberlocutorio.

Cabe preguntarse si el problema, lo que nos genera esta frustración y sensación de desconexión, es solo el medio –las apps– o son también las formas que hemos adoptado, y que ese medio tan bien recibe. Cabe cuestionar si la inmediatez, la eficiencia, la productividad, la optimización, deberían tener cabida más allá de un proceso de ingeniería o un excel de contabilidad. Sobre todo, si deberían tener cabida en algo tan alejado de la certidumbre como es el asomarse al otro, a la otra, todavía desconocidos, y quién sabe si algún día no.