Era el verano del teatro y el cine. El verano en el que el amor tendría sentido por primera vez para ella. Eusebia tenía 18 años. Vivía en un pequeño pueblo de la comarca de La Moraña, Madrigal de las Altas Torres, en Ávila. En las llanuras que inspiraron a tantos literatos siglos atrás y la cuna de la que fue también Reina de España, Isabel La Católica. Allí, los veranos huelen a un sol castizo. A tierra sembrada y a trigo. Los veranos allí se viven a flor de piel. Todo se tiñe de un extraño pero contagioso color alegría y los corazones laten.
Especialmente cuando tienes 18 años.
“Servía”, como ella dice, en Ávila. Había que ayudar. Formaba parte de una familia muy humilde y era la única chica de 4 hermanos. Pero el amor… ay, el amor. El amor hacía que, bien por la inocencia de la juventud, bien por la impulsividad de la pasión, volviera a Madrigal de vez en cuando. Allí le esperaba él: Ángel. Su gran amor. El que fue su marido y padre de sus cuatro hijos después.
Sin embargo eso no se le pasaba aún por la cabeza en aquel momento a Eusebia. Era pizpireta, alegre, muy alegre, jovial, guapa y humilde. Era independiente y moderna. Sabía que gustaba y le gustaba gustar, pero a ella lo que le gustaba era bailar. Bailar mucho y muy fuerte.
Todos los fines de semana de verano en Madrigal había baile y cine. Y todos, sin excepción, se unían a la fiesta. El pueblo, que ahora roza los 1000 habitantes, entonces hervía en bullicio. Superaba esa cifra por mucho. Tanto, que hasta algunos apenas se conocían. El pueblo estaba “dividido” en dos: los barrios de San Nicolás y los de Santa María. Los protagonistas de nuestra historia vivían cada uno en una parte… pero el baile les unió.
Cada domingo, Ángel se empeñaba en bailar con Eusebia. También suspiraban por él. Pero Ángel, uno de los guapos del pueblo, algo charlatán y zalamero, no pudo quitar los ojos de encima de aquella chica de pelo rizado que no podía dejar de bailar. Eusebia por su parte, no se lo puso nada fácil. Tras varios empeños y varios desplantes, el amor empezó a brotar.
Desde muy pronto superaron los primeros “baches familiares”, especialmente con el padre de Eusebia, que no veía con buenos ojos la relación con Ángel. Su madre, sin embargo, siempre estuvo ahí para defender su independencia. En los tiempos más duros de nuestra libertad había pequeños brotes de modernidad que indicaban que algo grande vendría después. Así que Eusebia siguió adelante y se enamoró perdidamente de Ángel. Y Ángel de Eusebia.
Recuerda con ilusión el día en que estrenó una falda blanca con cancán y una blusa con cuello almidonado para ir con Ángel al teatro de Moraleja, un pueblo a pocos kilómetros de Madrigal. Fue una de sus primeras citas. No había coches. Pero los kilómetros no eran nada para ellos si iban juntos. Y puedo imaginarlos si cierro los ojos: juntos, de la mano, levantando polvo por los caminos de tierra de la zona, con cunetas repletas de geranios silvestres y campos plagados de girasoles sumisos. Seguro que fue así.
También recuerda con mucho cariño cómo cada tarde le acompañaba a casa. Cómo charlaban en la puerta antes de despedirse. Los bonitos e intensísimos 18 años que hacen que nuestro estómago se vuelva del revés.
Aquel verano, los días transcurrieron más intensos. Los atardeceres tomaron otro color. Las charlas y los paseos fueron especiales. Y el amor coloreó los recuerdos del verano del 49.
Tanto color les dio, que casi 90 años después me lo cuenta con todo lujo de detalles en la terraza del pequeño piso que compraron cuando se mudaron a Madrid. Donde criaron a sus hijos y donde hoy lo comparte conmigo, su nieta, entre lágrimas en los ojos, carcajadas y fotos en blanco y negro. No hace más que repetir de vez en cuando, "qué bien lo pasábamos", con una nostalgia que se respira.
Y a pesar de que Ángel ya no está, ella sabe que aún le acompaña. Y que siempre estará con ella "a la tardecita".
Blanca del Río es experta es belleza y estilo de vida. La salud mental y la creatividad son otros dos pilares de inspiración para escribir. No se le escapa un color nuevo de pelo, un corte, una sombra de ojos o una forma viral de hacerse el 'eyeliner'. Le fascina adentrarse en el mundo de la alimentación, indagar en cómo se cuidan en todas las partes del mundo y qué podemos aprender de todos esos rincones para mejorar nuestra salud, por dentro y por fuera. Así que no es de extrañar que tan pronto te encuentres un artículo suyo sobre lo más visto en el backstage de París en maquillaje, como temas referidos a cómo explotar tu lado más creativo, cómo gestionar tus emociones o cómo aprovechar mejor tu energía. Las redes sociales son una de sus fuentes pero no tiene FOMO, porque donde más inspiración encuentra para escribir sobre cualquier tema, es en los libros. Devora todo aquello que sale al mercado en forma de ensayos y manuales sobre todos los temas que aborda a diario, pero pocas veces la encontrarás leyendo una novela (y menos de amor). Blanca se graduó en Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, se formó como 'cool hunter' en la escuela de moda, arte y diseño IED de Madrid, así como en fotografía y artes visuales y digitales con los mejores profesionales.
Mientras tanto, ha podido completar su expertise con grandes expertos en el terreno de la belleza, la salud y el bienestar gracias a su trabajo en medios de comunicación especializados del ámbito digital, en los que ya acumula más de 15 años de experiencia.