Nadie dijo que fuera fácil. Conseguir vivir de la música es uno de esos sueños que tienen muchos y pocos consiguen hacer realidad. Rebecca Marie Gomez (Iglewood, California, 1997), bautizada artísticamente como Becky G, es una de esas excepciones que confirma la regla. La historia de la creadora de hits mundiales como Sin pijama, Mayores o ¿Qué haces? –el último single que ha lanzado junto a Manuel Turizo y que arrasa en todas las radios y plataformas– es muy similar a otras: una niña de 9 años, enamorada de la música, que sube sus covers de canciones pop en inglés a YouTube; pero con una diferencia, a ella sí la vio un productor, sí se reconoció su talento, y firmó con su primera discográfica a los 14 años. Y la historia dio un giro. «Es un tópico eso de “empecé a hablar cantando”. Pero así fue y me ayuda mucho recordarlo. Llevo más años ya dedicándome a esta industria que fuera de ella, y es una locura pensar que no empecé a cantar porque fui a una escuela de arte y me mostraron cómo hacerlo, es algo que, literalmente, forma parte de mí», nos cuenta.
Metida en su personaje de Becky, saca su lado más empoderado, sexy, fuerte y directo, ese que sube al escenario, que muestra en las redes sociales y que encandila a millones de fans en el mundo; pero cuando es Rebecca la que habla sale a flote esa joven que ha llegado a lo más alto dejándose la piel, que se siente muy orgullosa de ser pocha y de sus raíces mexicanas –sus abuelos son de Jalisco y ella, sus hermanos y sus padres se han criado en California–, para la que ayudar a su familia ha sido una prioridad, que ha sufrido bullying y ansiedad, y lo cuenta por si su testimonio le sirve a los que estén pasando por alguna de esas situaciones, y que ha convertido el no en una de sus palabras favorita. «Antes sentía que todos me podían dar una negativa, pero yo no. Viene de mi cultura, en la que es muy importante estar en modo agradecimiento por las oportunidades, pero me encuentro en un punto de mi vida y mi carrera en donde no estoy para complacer a cualquiera ni para que todos me acepten. Quiero hacer sólo lo que me nace del corazón, lo que me aporta paz mental, y existir de una manera más auténtica. Y si alguien me dice que no, y sé que estoy presentando la mejor versión de mí, está bien. Esa puerta se cierra, pero se abrirá otra», afirma.
Harvard te acaba de entregar un reconocimiento por tu labor como artista. ¿Cómo sienta eso?
Supone todo un honor. La niña de 9 años que rapeaba en el bloque de su barrio ¡cómo se iba a imaginar que iba a llegar a Harvard! Cuando vi la lista de las personas que habían recibido este reconocimiento, sólo el 1% eran de raíces latinas. Es un orgullo increíble.
¿Has sentido discriminación por tus orígenes?
Sí, claro. Qué tristeza que te pueda responder esto sin pensarlo, pero es una realidad. La discriminación se ve diferente en cada país y, en Estados Unidos, creado por inmigrantes, levantado por el trabajo de personas que llegan sin nada para darlo todo, es muy fuerte. Resulta muy raro haber nacido en un lugar en donde dicen que todos se merecen el sueño americano, pero saber la historia de mis abuelos está muy lejos de eso. Ellos la cuentan con una sonrisa y yo los escucho con ganas de llorar. Pero valió la pena. Ahora tienen su gran familia de hijos, nietos y bisnietos. Todo ha sido gracias a ellos.
¿Y eres de las artistas que se posicionan o sientes miedo?
Tengo claro que no me encontraría donde estoy sin mi comunidad. Ni sin mi familia y la cantidad de gente que me ha apoyado en mi trayectoria, que vienen de diferentes sitios. El temor que alguien conocido puede experimentar hoy al denunciar algo, porque no sabe cómo va a ser recibido por quienes lo escuchen, es incomparable al que siente mi comunidad ahorita. Entonces, yo me inspiro en eso. Cada cabeza es un universo, y es lógico que pensemos diferente, pero tener compasión no es un error. Amar y cuidar tampoco, así que me siento bien tomando partido por los míos.
¿Cómo es tu relación con México?
Desde muy jovencita pasamos las navidades en Jalisco, por eso soy tan tequilera (risas). Y Los Ángeles también era México, por tanto siempre me sentí muy identificada con mis raíces. Viví con esa discriminación a los pochos, los hijos y nietos de mexicanos nacidos en los Estados Unidos. No somos ni de aquí ni de allá. Me sentía como: «OK, ¿entonces dónde me quedo?». Por eso siempre les he dicho a mis abuelos que, ahora que soy artista, soy hija del mundo. No quiero etiquetas.
Empezaste cantando en inglés, la lengua con la que creciste. ¿Qué te hizo plantearte hacerlo en español?
Es que siento que todo suena mejor (risas). Aunque he avanzado mucho, sé que hablo spanglish, pero estoy orgullosa. Amo este idioma, está en mis raíces, mi alma siente todo en español. Lo hablo con mis abuelos y también cantaba canciones en el karaoke desde niña... pero hacerlo a este nivel era lo que me asustaba. No quería ser ese tipo de artista que proclama que es latina y nunca responde en español y va con un traductor. Sabía que tenía que ponerme las pilas, aprender mucho, y creo que mi carrera dio un giro cuando saqué mis discos más personales en esta lengua. Esquinas y Encuentros son mis favoritos.
¿Tuvo algo que ver el boom que vive la música latina?
Nosotros continuamente hemos estado ahí. Siempre me he sentido muy orgullosa de mis orígenes y he pensado que somos las más cool del mundo, pero ahora todos quieren sumarse a la festejada del mundo latino, y perfecto. ¡Sean bienvenidos! La realidad es que, en la música, para mí no importa el idioma. Sea inglés, español o spanglish siempre es Becky, you know.
¿Te has sentido libre para hacer lo que querías?
En mi casa sí, por supuesto, mis padres nos han dado libertad. Pero en mi carrera no, son cosas que están fuera de tu control. Empecé muy pequeña en una industria en la que todos eran adultos, con más experiencia, y tenían muchas ideas de cómo deberías llevar tu carrera. La música era mi sueño, pero yo sólo quería sobrevivir en ella y ayudar a mi familia. Mi meta era cuidarles y salir de la situación en la que estábamos, y eso me llevó a complacer a los demás, a decirles que sí, demostrarles que soy capaz, dar las gracias... Pero llega un punto en el que ya no eres una cría y te das cuenta de que tu existencia no debería ceñirse a eso, sino a complacerte a ti misma. Y pienso que hubo un cambio para mí cuando empecé a cantar mi música en español, fue como comenzar de nuevo, con otras vibes.
¿Tu infancia y adolescencia fueron difíciles?
Sí. Mis papás hicieron todo lo posible con lo que sabían, y mis abuelos también, pero son generaciones que no podían permitirse soñar tan a lo grande. Por eso mi principal objetivo era cuidar de ellos, todo lo demás que ha venido ha sido un privilegio, un regalo. Pero, ¿sabes?, siento que, sin ser conscientes, me prepararon para esto, para esta profesión, para las presiones y sacrificios que hay que enfrentar. Soy la mayor de cuatro hijos y siempre he compartido mi comida, mi cama, las oportunidades que me iban llegando... Por eso me gustan tanto las colaboraciones con otros artistas, porque sé cómo hacer un buen team (risas).
¿Qué supone para ti ahora el éxito?
Firmé con mi primera disquera con 14 años y ahora tengo 28. Y la lección más importante es que no se puede hacer esto por dinero. Ni este, ni los contratos, ni los números uno te van a dar paz verdadera ni van a arreglar tu vida. Tienes que educarte en todo lo que puedas –algo clave, en el mundo de los negocios–, cuidarte física, espiritual y mentalmente, y protegerte. Ser artista es una gran bendición, pero debes hacerte con las herramientas para enfrentarte a situaciones de lo más diversas que se te van a plantear. Así que, como decía mi abuela: «Ponte las pilas, mija».
¿Has sentido alguna vez presión?
¡Muchísimas! Un buen ejemplo son mis dientes. Eran muy pequeños para mi boca y el espacio que tenía entre los de delante siempre supuso una inseguridad para mí, porque ni con los brackets desparecía. Me hacían bullying y me criticaban por eso. Con 19 años, en cuanto pude, me fui a hacer carillas. Y cuando la doctora me dijo: «Este espacio lo cerramos, ¿verdad?». Respondí: «No, es algo que forma parte de mí». Por eso quiero compartir con los demás la importancia de aceptarse. Hay que encontrar el balance. Mi cuerpo es este y tengo que cuidarlo, porque es mi vehículo para vivir. Tengo que agradecer que me voy a hacer vieja y que hay cosas que van a cambiar en cada etapa, por tanto intento no enfocarme en lo que habla la gente. Porque si la vida como mujer ya es dura, ¿por qué la hacemos todavía más complicada?
¿Crees que se te ha tomado en serio?
La industria mira y trata diferente a las mujeres. Pero a mí esos obstáculos me han hecho más fuerte, me han proporcionado el coraje para demostrar que podemos. A las artistas no nos falta talento, sino oportunidades. No hay que tirar la toalla. Y la capacidad para hacerlo está dentro de nosotras, no depende de nada externo.
¿En qué momento vital te encuentras?
En el de recibir. Desde muy jovencita siempre tuve la chispa de atacar, y ahora estoy en plan «¿qué me ofreces?». Quiero cuidar de mí misma, tomarme el tiempo necesario para hacer las cosas y ver qué ocurre en esa frecuencia, porque todo se ve diferente.
Y en lo musical, ¿estás en esa misma sintonía?
Estoy componiendo melodías, creando en libertad. En Madrid he paseado, me he encontrado con personas distintas. En Ibiza igual, he tenido conversaciones muy interesantes de las que nacen ideas, y de ahí canciones. ¿Cómo vamos a escribir si no vivimos la vida? Hay que encontrar espacios, tener experiencias sin prisas, sin deadlines. Es la primera vez que estoy haciendo música de esta manera, viajando, descubriendo y escribiendo con esa intención. ¡Y me está fascinando!
¿Te imaginas sobre el escenario hasta el final?
Siempre voy a ser artista, pero no sé si me veo enfrente de las cámaras eternamente. Me encantaría ser... No sé, directora de cine, producir, crear negocios para ofrecer más oportunidades a otras chavas que tienen talento y no disponen de un espacio para poder mostrarlo... Tengo muchos sueños pendientes. Mi mamá me inspira mucho en eso, porque, aunque fue una madre muy joven, ella no dejó de tener ilusiones. Posee un alma creativa, aunque nunca tuvo las oportunidades que yo disfruto. Así que, cuando llegue el momento y tenga hijos, quiero mostrarles la importancia de no parar de soñar.
*Maquillaje: Sophia Ainot (A frame). Peluquería: Alba Esteban (Ten Agency) para L’Oréal Professionnel.