Hay actrices que al acudir a una entrevista, aparecen custodiadas por un equipo que se asegura de controlar cada pregunta, ofrecerle cualquier “capricho” y asegurarse de que la entrevista no se alarga demasiado. No es el caso de Carolina Yuste, que el último día del Atlántida Film Fest aparece a solas, enérgica y sonriente. La actriz, presidenta del jurado de la Sección Oficial Internacional, ha señalado en alguna ocasión que tener que premiar películas es harto complicado al ser el cine un arte muy subjetivo, pero durante esta experiencia balear, tenía claro el poder de ciertos proyectos.
“Elegir la mejor película es ya una cosa rarísima porque depende de cómo las has visto, de qué te pasaba ese día y de si has entrado, porque hay algo de la película que te toca, más allá de que se puedan valorar las cosas que son claramente objetivas”, asegura. “Estos días he visto pelis que me han gustado un montón pero honestamente, había cuatro o cinco que me parecían dignas merecedoras del premio. Es muy difícil elegir una”, dice.
¿Qué te ha parecido Los Materialistas y cómo hace una radiografía a las relaciones modernas?
Me parece que es una peli caballo de Troya. Te hace creer que vas a ver una comedia romántica y te mete hostias por todos lados. Hubo momentos en los que la película me dolió y pienso que es un claro reflejo de cómo nos vinculamos muchas veces. Yo creo que cuando te escuchas a ti misma, en realidad siempre sabes dónde tienes puesto el amor. Otra cosa es que decidamos cosas que se supone que nos vienen bien. Precisamente hablaba de eso el otro día con unos amigos: me genera cierta angustia sentir que vivo la vida todo el rato haciendo lo que tengo que hacer. Me angustia pensar que me voy a hacer grande y que de repente, he hecho todo el rato lo que tenía que hacer. Me genera ansiedad pensar que no tengo espacio verdadero para improvisar mi vida con mi deseo.
Y ahora que estás de vacaciones, ¿vas a hacer "todo lo que tienes que hacer" o vas a dejarte llevar?
Voy a descansar, voy a sentarme y voy a improvisar. Quiero sentarme en un sofá y a partir de ahí, ya veremos a ver...
En La infiltrada tu personaje está años sin quitarse, digamos, la careta. Como actriz, cuando sales del rodaje y llegas a casa, ¿te la quitas y eres Carolina o te quedas en el papel?
Me parece que es todo a la vez en todas partes. Quiero decir, yo estoy en todos lados y soy todo eso. Los personajes que hago, las cosas que me suceden en la vida, me traspasan. Por eso están siempre conmigo pero de una forma tranquila, sin chuparme la energía. Lógicamente, depende también del proyecto y del personaje. Hay cosas que son más intensas y al menos yo tengo que cuidarme más y saber cuáles son mis rutinas de salud espiritual, emocional y física. Yo creo que aceptar que va a estar integrado en ti durante un ratito, con calma, está bien.
En Saben aquell interpretas a Conchita, la esposa del humorista Eugenio, a quien muchos no conocían. Qué gusto que el cine cada vez de más luz a esas mujeres cuyas historias se conocen poco, ¿verdad?
Me parece casi un deber, un acto de justicia. Creo que eso es lo que hay que hacer todo el rato sin parar hasta que nos asfixiemos de esas historias, hasta que no las toleremos más.
Como directora, ¿qué has aprendido de la profesión que no viste como actriz?
Soy más neurótica ahora porque lo veo todo más. Soy más consciente de la técnica que antes. Cuando estoy como espectadora, también me cuesta más dejarme ir. Por ejemplo, a mí me pasa como actriz que yo no voy nunca a verme al combo cuando estoy interpretando a no ser que la directora o el director me digan que lo haga. Cuando yo empiezo, tengo ya esa visión digamos de directora por lo que si encima lo veo, me voy a poner a hacer cosas que no son lo que tengo que hacer. Porque lo que yo tengo que hacer es vivir ahí, en ese momento tengo que vivir. Para poder hacerlo, me lo pongo un poco fácil y digo: ‘no te veas’. Porque como lo hagas, ya vas a verlo todo de otra manera. Me parece que la forma en la que yo sé hacer este trabajo es creyéndome. Si me lo dejo de creer, empiezo a juzgarme y me voy. Soy menos virgen a la hora de mirar, porque he tenido que tomar decisiones de planos, de colores y de montaje.
Creo que la experiencia me sirve mucho para mi trabajo como actriz, para generar diálogo y comunicación con el resto de los equipos. Me interesa mucho saber, porque saber es una de mis obsesiones vitales. Como ejercicio, es súper interesante que toda la gente conozca un poco de todos los departamentos. Creo que generaría sets y espacios de rodaje más respetuosos y con más consenso, más empáticos.
Al hablar de respeto y empatía pienso en tu corto documental Ciao Bambina, nominado al Goya 2025, en el que narras la historia de la transición de un amigo. Es un momento que es fundamental proteger los derechos vapuleados del colectivo, ¿no?
El proyecto nace porque Rafi es director y mi amigo. Cuando iba a empezar todo este proceso, como somos colegas, pensamos que ahí había algo que documentar. Nace desde este lugar chiquito que luego ha ido transformándose. Yo creo que una de las cosas más bonitas del cine, del arte y de la cultura en general es que desde la emoción y desde la empatía puedes cambiar el mundo. Y cuando digo “el mundo” hablo de una persona: me basta con que lo vea una persona. Para mí eso es cambiar el mundo. Me doy cuenta de que a más, no llego, pero si alguien ve esa peli o ese documental un día en Filmin, le genera un poquito de amor y es capaz de hacer que mire un poquito diferente, para mí ya es suficiente.
Supongo que como actriz, la presión estética que nos martiriza a todas te afecta de forma especialmente dura…
El otro día, en una entrega de premios, veía a compañeras que no podían ni respirar ni caminar con sus looks. Pensé: ‘hostia, todavía estamos ahí’. Y a la vez no quiero juzgar, porque entiendo perfectamente cuál es el esfuerzo enorme que tienes que hacer como actriz que está en esta industria para existir. Me angustiaría ser mayor y al echar la vista atrás, ver que he gastado muchísima energía en pensar en mi cuerpo, en mi cara y en cómo me presento al mundo. Porque yo puedo ser mega coqueta, querer ir con un rollazo que flipas y sentir que estoy a gusto, pero el problema para mí es pensar que sólo existe una forma de habitar eso. Y esa forma tiene que ver con estar en contra. He leído que las intervenciones estéticas han aumentado una barbaridad. No veamos pasar por un quirófano como algo empoderador, pero no voy a juzgar a quién lo hace, porque necesita respirar en calma. No le voy encima a señalar.
Me da rabia que yo vaya a un festival y vea que mis compañeros se van si quieren tranquilamente a bailar después mientras que mis compañeras se tienen que cambiar. No quiero colocarme por encima, honestamente, porque yo también tengo lo mío y también tengo esa mirada hacia mí misma, porque hemos sido educadas así y yo también me miro con esos ojos. Pero para mí, ahora mismo estar cómoda es mucho más importante.
¿Cuál era tu objetivo con el libro, qué querías expresar que no hayas expresado ya en podcasts, entrevistas o papeles?
No es que yo tuviera ningún objetivo concreto. Quería relatar la adolescencia en los 2000. Creo que es algo que yo no he visto mucho en la ficción. Me apetecía hablar de ese pensamiento, de esa forma de existir y de cuál es la violencia que atraviesa a nuestra generación, que es la que nos sigue atravesando hoy y que está tan integrada que nosotros mismos también la manifestamos hacia afuera. Quería hacer un ejercicio de reflexión sobre la violencia del amor, la ternura y la ira, y cómo también a las mujeres se nos machaca mucho por esas emociones. Se juzga más a una mujer enfadada, cabreada o llena de ira que a una mujer tierna. Lo entiendo, ojo, pero muchas veces, ¿cómo no vamos a estar enfadadas? La cosa es qué hago yo con ese enfado. No me gusta cuando ese enfado se transforma en hacer daño a otras personas, porque creo que eso solo genera más angustia, más violencia y más mierda. Lo maravilloso es que el arte sirve como canal de manifestación y para sublimar las heridas. Y eso me parece chulísimo.
Marita Alonso es experta en cultura pop y estilo de vida. Escribe acerca de fenómenos culturales desde una mirada feminista en la que la reflexión está siempre presente. No tiene miedo de darle una pincelada de humor a las tendencias que nos rodean e intenta que el lector ría y reflexione a partes iguales. Cuando escribe sobre relaciones, su objetivo es que la toxicidad desaparezca y que las parejas sean tan saludables como las recetas que intenta cocinar... Con dramáticos resultados, claro. Los fogones no son lo suyo.
Ha publicado dos libros ("Antimanual de autodestrucción amorosa" y "Si echas de menos el principio, vuelve a empezar") y colabora en diversos medios y programas de radio y televisión luchando por ver las cosas siempre de una manera diferente. Cree que la normalidad está sobrevalorada y por eso no teme buscar reacciones de sorpresa/shock mediante sus textos y/o declaraciones.
Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense, imparte master classes de cultura pop, estilo de vida y moda en diversas universidades. En Cosmopolitan, analiza tendencias, noticias y fenómenos desde un prisma empoderador.