Querido universo:
La semana pasada se celebraron los Elle Style Awards y no me explico por qué no me han dado ningún premio si yo escribo esta carta cada jueves religiosamente.
A ver. Que lo entiendo, la última vez que fui a un evento así, me tocaba pasar por el photocall justo detrás de Eugenia Osborne. Los fotógrafos la acribillaban a flashes preguntándole por su vida. A mí nadie me preguntó nada porque no tenían ni pajolera idea de quién era. Y eso que le pedí al organizador si nos podíamos saltar ese paso, que lo de posar no es que me hiciera demasiada ilusión. Pero ni caso. Fotos por compromiso como cuando te cantan el cumpleaños feliz sin ganas. Y yo posando como si supiera. Una se crece o se hunde, y en estos casos yo elijo crecer (y ya luego me ventilo una tarrina de helado con patatas fritas).
Al margen de photocalls y caras conocidas, quiero pensar que ha sido un error administrativo y el sobre a mi nombre como Visionaria (con permiso de Paula Echevarría y Eva González, que fueron las galadornadas de esa categoría) se perdió entre vestidos de Jacquemus. Porque tú sabes, Universo, que me lo merecía.
Durante los años en los que mi empresa iba bien y tenía dinero suficiente para hacer la compra semanal en el supermercado sin romperme la cabeza, me dio por pedir ropa online. Es lo que tiene el hospital: me tiré ahí largos meses acompañando a mi marido, y a veces, encontraba la calma llenando cestas virtuales.
¿Dificultad para gestionar las emociones? Puede. Pero para mí aquello era una promesa de que algún día saldría de aquel hospital y tendría alguna fiesta en la que ponerme esos vestidos. Me prometía a mí misma una vida mejor.
La cosa no salió como esperábamos, pero los días de hospital se acabaron. Y ahí estaba yo: sola, con cuatro niños y un montón de ropa que no necesitaba.
Pero, ay, universo. Lo que no sabía entonces es que esa ropa se iba a convertir en mi fondo de armario emocional. Que cuando la vida volviera a darse la vuelta -cuando cerré mi empresa y no pudiera permitirme ni un par de calcetines- aquellas compras que parecían absurdas iban a sostenerme como un abrazo invisible.
Porque esa ropa que compré entonces —casi siempre con cargo de conciencia— me ha sostenido en estos años de precariedad. He sobrevivido a eventos, entrevistas, conciertos, exposiciones y rupturas gracias a esos vestidos del pasado.
Puede que cuando me compraba aquella ropa, en realidad me estaba cuidando a futuro. Como si la Lucía de 2020 supiera que la Lucía de 2023 estaría en números rojos pero con ganas de salir guapa a la calle. Esa Lucía fue una visionaria y yo desde aquí, le doy las gracias.
Esta no es una carta de apología del consumismo (Dios me libre de promover más cajas en la puerta). Pero sí una oda al estilo de trinchera. A las sandalias imposibles que un día serán tu salvavidas. A darte permiso.
Porque a veces, lo único que necesitas no es una reajuste de chakras sino un vestido nuevo. Un poquito menos de culpa. Y confiar en la intuición, que es visionaria, aunque lo de posar en photocalls se te dé de pena y tu tarjeta de crédito tiemble a las puertas del verano.
Con amor y estilazo, Lucía
P.D. Querida redacción de ELLE: para la próxima fiesta me ponéis en la lista, ¿vale?