- Trío capicúa —Rossy, Pedro, Rossi— en un desfile de Mugler en 1991. Labios rojos, pelo negro, piel blanca. Este junio Movistar Plus+ estrenará la serie de tres capítulos (medio documental medio reality) que los Javis han dedicado a la figura del director manchego, con guion de Paloma Rando y Brays Efe. En ella saldrán entrevistados profesionales imprescindibles en su vida: su hermano Agustín, Penélope Cruz, Bibiana Fernández, Antonio Banderas, Alberto Iglesias… No conozco apenas el trabajo de los Javis, pero creo que son hábiles y concienzudos en el manejo de sus carreras y su imagen pública. Echo de menos un poco más de espontaneidad, no medir tanto cada paso social. Un amigo que se dedica al cine me confesaba ayer que no siente ningún interés por las películas de Almodóvar de los últimos veinte años, que no conecta con esa dirección de arte impecable pero fría, que lo siente como una maquinaria destinada a epatar. A mí sí me gusta mucho su cine, en cada película vuelca un esfuerzo emocional enorme (hay mucho director vago) y me divierte ese name dropping visual tan inocente —Perriand, Martin Begué, Dis Berlin, Pérez Villalta, Rietveld, Sottsass, Piet Hein Eek—. Digo inocente con respeto; todos nos envolvemos de cosas que nos gustan, y Almodóvar se puede rodear de cosas más caras y bonitas porque tiene más dinero, calle y gusto que tú y que yo. No hay más.
- Paradoja: los podcasts se han llenado de clichés, compromisos y manierismos, y la radio sigue siendo relativamente libre.
- Mi pareja vuelve feliz de su visita a Chicago; no lo acompañé por trabajo, por ahorro, porque intento viajar lo menos posible y porque Estados Unidos me inquieta. Es un país magnífico lleno de ‘si no fuera por’. Ha llegado con regalos preciosos (el mejor de los mundos: no tener que moverse de casa y que te traigan ofrendas), mucho por leer y una publicidad alarmante que se coló entre dos periódicos. Es un panfleto de un supermercado, Dollar General, con una oferta alimentaria compuesta de Red Bull, Kool Aid, bacon, pasteles Betty Crocker, Oreos, chopped (“sold frozen”), Jumbo Donettes, rollos de canela y mac & cheese. Me encuentro mal solo de verlo. En algunos packs consta una sospechosa letra pequeña: “Prices not valid in the City of Philadelphia, PA”. Rápidamente abro Google y tecleo ‘philadelphia obesity plague diabetes strokes’. En los barrios pobres del norte el 64% de los adultos y el 70% de los niños tienen sobrepeso. No es una estadística, es un cataclismo moral. «Nos gustaría llevar a los niños al parque a hacer deporte», dicen los maestros, «pero no es seguro».
- Ese gesto platónico de Serge Lutens, que en los formularios sigue definiéndose como estudiante.
- Gestos mecánicos y suaves mientras me desmaquillo, cansada. Microcrisis existenciales de pereza en el atuendo diario: ducharse y arreglarse (una trabajera, y eso que me dejo el pelo al aire y apenas me maquillo), a la noche desmontar el andamiaje y vuelta a empezar. En las famosas palabras de ‘David after dentist’, el niño aturdido por la anestesia bucal: is this real life?, is this going to be forever?, why is this happening to me?
- Muchos conoceréis Letterboxd, una plataforma social australiana creada en 2011 en la que se debaten películas. Igual que ocurre en Youtube con las canciones más extrañas, uno comprueba que incluso el producto cultural más remoto y oscuro tiene su base de defensores acérrimos. Es romántico y esperanzador. Pero yo venía a contar una anécdota. En el Reino Unido, si una película no paga la tarifa de visualización de la British Board of Film Classification no puede ser mostrada en público. Es obligatorio. Una extorsión, vaya. En Estados Unidos, con todo lo que son ellos, es opcional. Pero los cineastas británicos deben pasar por el aro y pagar por minuto. El joven realizador Charlie Shackleton quiso protestar, y mediante un crowdfunding reunió dinero para crear un film de 10 horas de una pared blanca de ladrillo recién pintada, secándose. La British Board of Film Classification empleó dos días —obligado visionar cada segundo, ellos también están auditados— en esta tarea metafísica y vengativa. La cosa no acaba ahí: dado que “Paint Drying” (2016) no tiene muchos giros argumentales, los usuarios tomaron el espacio para las reseñas como entradas de sus diarios personales. Uno explica que acaba de ser padre, otro su quimioterapia, otro describe su vida como contable, otra recuerda a David Lynch, otro cuenta cómo se siente al cumplir 19 años (19 años, ¿os acordáis?). Las redes sociales suelen ser repugnantes, pero estos refugios de resistencia siguen fieles al espíritu original de internet.
- A mis amigos les sorprende que me guste mucho el cine pero no pague ninguna plataforma (Netflix, Filmin, HBO, Disney). Por una razón de tiempo: si tuviese a mi alcance tantas películas buenas me pasaría el día frente a la pantalla, la tentación sería demasiado grande. No leería. Pero hay otro motivo, y es que en las plataformas se tiende, imperceptiblemente, a ir estrechando fórmulas narrativas y un monocultivo estético. Parece que hay mucho por elegir, pero es un espejismo agravado por las puntuaciones del público (el infierno son los otros, el algoritmo son los otros). La aplicación —solícita y espabilada— no te manda, te invita; sugiriendo se persuade de una forma más efectiva. Cuando pongo la tele y me engancho a lo primero que pillo igual veo una peli de Douglas Sirk que una de Harmony Korine, una tv movie alemana ambientada en Navidad, un concierto de Tarta Relena, un cutre programa autonómico dedicado a Verdi, una teletienda fascinante, una misa, un videoclip, un documental sobre los Moonies. El azar me mantiene a salvo de las estrategias de marketing.
Marta D. Riezu es periodista especializada en comunicación de moda y ha publicado dos libros: Agua y jabón (Terranova, 2021) y La moda justa (Anagrama, 2021).