- A algunos les ha extrañado la compra de Versace por parte de Prada. Ethos muy distintos. Y, sin embargo, tiene todo el sentido. Versace tiene una huella humana, un pasado turbulento, una estética reconocible, un poquito de mal gusto, mucho carácter. Casas más afines que Prada adquirió antes —Helmut Lang o Jil Sander— no funcionaron. Yo sospecho que esta apuesta les saldrá bien. Gianni era listísimo y hubiera estado muy orgulloso de esta unión.
- En el Instagram de una artista que vende copias limitadas de sus fotografías —estupendas, por cierto— una mujer comenta: «¿Cien euros? ¡De qué coño vas! Te pasas un huevo tía!!! Recapacita porque no somos ricos!! De verdad qué cara más dura tienes!!!». He ahí el motivo exacto por el que no debemos perder un minuto de más en las redes sociales.
- El pasado mes de febrero el cocinero Andoni Luis Aduriz (Mugaritz) dejó seco al público con una ponencia hecha casi exclusivamente a base de preguntas. Estas son mis preferidas, extrapolables a otras profesiones. «¿Somos un cromo en el álbum de un coleccionista de experiencias?». «¿El menú de los restaurantes lo está diseñando el comensal digital?». «Un influencer, ¿monetiza más una crítica positiva o una destructiva?». «¿Quién juzga el nivel gastronómico de los influencers que juzgan restaurantes?». La que me partió el corazón: «¿Sabéis que la gente consulta más recetas por internet que pregunta por ellas a parientes o a sus abuelas?». Y mi preferida: «¿Por qué nos empeñamos en entenderlo todo?».
- En la vida real (lejos de los libros de autoayuda), los cambios llegan lentos, confusos y sin lucidez a mano. A veces hay que dejar cosas atrás de nosotros que nos gustaban, y que gustaban a los demás. Ese es el verdadero duelo.
- Que tu trabajo lo sea todo para ti es una de las pocas formas normalizadas de huir de tu responsabilidad con el mundo y de que se te perciba, aun así, como un adulto respetable.
- Tras comprobar que no conozco a una sola persona que se sienta mejor después de ver el telediario (y porque la sección de deportes, de fútbol digo, me espanta), decidí hace tiempo informarme con las fuentes en las que confío, a mi ritmo y sin saturarme.
- «Llorando quiero impresionar a alguien, hacer presión sobre él (‘mira lo que haces de mí’). También lloro para mí mismo, para probarme que mi dolor no es una ilusión. A través de mis lágrimas tengo un interlocutor verdadero: mi cuerpo». Qué planazo debía ser Roland Barthes como pareja.
- ¿Qué ha cambiado más la condición humana, la imprenta o internet?
- A la antropóloga británica Kate Fox le basta una palabra para saber el origen social de su interlocutor. En una conversación, baja un poco la voz hasta hacer la frase casi inaudible. Si la persona dice: «Sorry, what?», o simplemente «What?», es ‘upper’ o clase trabajadora. Ambas van al grano. Si responde «Pardon?»: clase media con ínfulas. Algunos se refieren a la ‘lower middle class’ como Pardonia.
- El marido de Kate Fox es el famoso nurocirujano Henry Marsh, a quien preguntaron cómo se le dice a alguien que va a morir. «Sentados, en una conversación sin prisas, sin aturullar con información. Invitando al paciente a seguir hablando de ello, escuchando mucho. Nunca cito porcentajes. Prefiero algo así como: si eres especialmente desafortunado ya no estarás aquí en seis meses, así que es crucial que dejes en orden todo lo que te importa. Si eres especialmente afortunado seguirás aquí en cinco años. Los pacientes y las familias, pasado el tiempo, raramente vuelven para decirte si encontraron o no adecuadas tus palabras, así que los médicos no tenemos ni idea de qué hacemos mal».
- El elogio insultante es el puñalito disfrazado de caricia. «Qué guapo eras de niño».
- Prueba de estar ejerciendo con efectividad mi sociopatía es que este año no hay una sola amenaza de boda en el horizonte.
Marta D. Riezu: "Los cambios llegan lentos, confusos y sin lucidez a mano. A veces hay que dejar cosas atrás de nosotros que nos gustaban y que gustaban a los demás. Ese es el verdadero duelo"
Cada semana, cosas que sí y cosas que no.
Por Marta D. Riezu

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Radicales Libres, por Marta D. Riezu

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