Debo tener poco criterio con las cosas que me gustan mucho, como las películas apocalípticas, el helado de pistacho o Cien años de soledad. En cualquier caso prefiero Guerra Mundial Zeta, un helado de La Dolce Fina y mi propia idea de Macondo. Pero mi carencia de criterio me permite disfrutar una sobremesa de Mega Tornado 3, una tarrina del súper y también lo he hecho de la adaptación de Netflix de Cien años de soledad. He leído alguna crítica atroz, que sonaba como a amante despechado. Lo entiendo. Yo hago leer la novela de García Márquez a todas las personas a las que quiero: «El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo».
A mí me hizo leerla mi padre. Me costó, por edad, meterme en aquella atmósfera y en aquella familia infinita llena de hombres con el mismo nombre. Pero busco el fogonazo que sentí al leerla en cada libro que cojo: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». No he vuelto a sentir lo mismo porque para eso necesitaría tener 13 años, y una imaginación por inventarse, y un padre. Y yo ya no tengo nada de eso. Me había imaginado otro Macondo, menos verde. Un coronel Aureliano con más pelo corporal y una Úrsula menos enjuta. Igual mi Melquíades era más gitano y más mágico. José Arcadio, más verdadero y, sobre todo, la soledad no sólo era silencio. Vale. Pero también creo que bajar a una pantalla personajes como los que describe García Márquez me parece un milagro: «Tenía la rara virtud de no existir por completo sino en el momento oportuno», dice de Rebeca. Pero, mira, no estoy yo para desechar películas apocalípticas. Se estrenan muchas menos al año de las que me gustaría, que sería una por semana. Ni para decir que no a un helado de pistacho con lo complicado es que haya uno de ese sabor en los lineales de congelados del supermercado. Ni para no ver una serie que extienda (e invente) un poco más esa atmósfera mítica que tanto me hizo soñar. Además, me ha dado ganas de volver a leer la novela y de comerme un helado de pistacho. Todo ventajas.