No hay nada más liberador que descubrir que nuestras manías más inconfesables –aquellas que nos convierten repentinamente en sociópatas capaces de desear la muerte súbita del prójimo que nos resulta intolerable– tienen un nombre y las padecen muchas otras personas. Consuela saber que no estamos solos en nuestra oscuridad, sino rodeados de semejantes que están presos de las mismas pasiones tenebrosas. Yo suspiré aliviado el día que leí un artículo sobre la misofonía, un trastorno neurológico que genera en quienes lo padecen reacciones de ira, odio y asco insoportable cuando oyen determinados sonidos que provienen del cuerpo de otras personas. Ruidos crujientes, como los que produce alguien que masca picos o regañás, me suponen un suplicio. En casa, cuando lo hacen mis hijas o mi mujer me tengo que levantar e irme a otro lugar, porque si no, siento unas ganas terribles de arrancarles el paquete de panecillos secos y tirarlo a la basura. El ruido que más me desquicia es aquel que hace alguien al terminar de beber un vaso de agua, ese glup del último trago que mezcla un poco de aire y líquido por un esófago. Lo bueno es que esta mutación súbita del ánimo dura poco más que el ruido que la desata, y desde que sé que es un trastorno me resulta mucho más fácil el retorno sin rencores a mi estado de ánimo anterior, ya no le echo la culpa al que sorbe o mastica, sino a mi propio cerebro. Así he alcanzado cierto dominio sobre mi condición de misófono, que sin embargo tiene una excepción que temo que me arrastre a cometer actos de violencia algún día: las toses y los carraspeos en el Auditorio Nacional. Los que han estado allí saben bien de lo que hablo.

En este templo musical gran parte del público ha establecido la costumbre de toser al unísono como tuberculosos y carraspear como si estuvieran pasando una Kärcher por sus tráqueas, durante las breves pausas entre los distintos movimientos de una sinfonía o un concierto. La gente aprovecha ese silencio que debiera limpiar los oídos y prepararnos para transitar de un allegro a un adagio insertando una estruendosa cuña de repulsivos sonidos expectorantes, como si se pudiera toser preventivamente para evitar una tos en medio de la música. En esas pausas, abrazo mi misofonía como el impulso justiciero que pudiera empujarme por fin a restablecer de una vez la integridad de un concierto de Beethoven o una sinfonía de Mahler. Me pregunto entonces si pudiera alegar el eximente de trastorno mental para resolver la cuestión de las toses en el auditorio.

Headshot of Jacobo Bergareche

Dejó sus estudios de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid, y se licenció en Writing, Literature and Publishing en el Emerson College de Boston. Ha publicado las novelas Estaciones de regreso (Círculo de Tiza, 2019), Los días perfectos (Libros del Asteroide, 2021) y Las despedidas (Libros del Asteroide, 2023).  Alterna la producción de series de televisión, con la escritura y colabora con varios medios nacionales de prensa escrita.