Exterior día. Bajo la brillante luz del sur, durante la Semana Santa de Morón de la Frontera, la sargento Gutiérrez apenas sonríe. Es una mujer seria, determinada y entregada a un caso insólito en esa localidad andaluza cercana a la base militar estadounidense. Hablamos de Cuando nadie nos ve, la nueva serie de Max dirigida por Enrique Urbizu y que podrás disfrutar en la plataforma. A lo largo de ocho capítulos, este thriller luminoso va avanzando hacia la oscuridad a través de un extraño suicidio, desapariciones y drogas alucinógenas, mientras dos mujeres, ella y una agente especial del ejército, lidian con la resolución del caso y también con sus propios fantasmas.
Interior día. Maribel Verdú (Madrid, 1970) se baja de la cinta de correr en la que hoy, un día gris y frío, ha caminado durante un rato. «Normalmente lo hago en la calle. Siempre voy en playeras, andando a todas partes a buen paso, aunque tarde una hora. Es mi pasión», cuenta la actriz. Pasamos de la ficción a la realidad, de la pantalla a la vida, de la seriedad y la contención a la sonrisa y la serenidad. Maribel está contenta.
En realidad, esta madrileña que durante las últimas cuatro décadas ha poblado nuestro imaginario con centenares de personajes, reconoce vivir un momento dulce: además de su trabajo como actriz –ahora prepara una serie con Félix Viscarret, el director de la adaptación de Patria–, este año ha sido la presentadora de la gala de los Premios Goya junto a Leonor Watling.
Qué bien ver a dos mujeres al frente, en los Goya y en tu nueva serie. Parece que por fin se empieza a reflejar la realidad... ¿Cómo contemplas este cambio?
Pues como algo maravilloso. Este año cumplo 55, que no es ninguna tontería. Y llevo mucho tiempo oyendo eso de que para las intérpretes, a partir de los 40, apenas hay papeles importantes. Eso era así. Pero ahora, más allá de los 40, pasados los 50, gente como Aitana (Sánchez-Gijón), Emma (Suárez) y tantas como nosotras, estamos sin parar de trabajar con personajes interesantísimos, llenos de aristas y de vivencias que tenemos que contar que no podríamos haber abordado con 20 años. Siento que, por fin, se pone cara y se da voz y visibilidad a mujeres de nuestra edad. De repente, ahora se puede hablar de la menopausia sin que sea como... «¿Qué has dicho?». Así que, qué suerte vivirlo, cuando antes, las de 50 no éramos visibles, ni deseadas, ni nada. Parecía que no existíamos. Pero aquí estamos.
En los noventa, cuando hiciste una campaña de publicidad de ropa interior, la gente robaba los carteles...
Sí, sí (risas). Eso fue muy fuerte.
Eso sí que fue viral. ¿Cómo recuerdas aquellos años?
Era muy diferente, pero sé perfectamente dónde estoy en esta vida, sé lo que fui y lo que soy. Y, bueno, estuvo bien mientras duró; pero luego vas pasando etapas y a otra cosa, mariposa. Ahora ya no tienes que estar pendiente de esas listas de las mujeres más deseadas de España. Hoy eso... ¡me daría pereza! ¿Te imaginas? ¡Con lo a gustito que me encuentro yo ahora!
Lo de la pereza se entiende, pero, en nuestra opinión, estás guapísima, con un tipo de belleza que no se tiene a los veinte, más profunda. Y, además, te has convertido en una figura pública muy querida. ¿Ventajas de la edad?
Puede ser. Mira, hace poco estaba en un ferri camino a Tánger y había un grupo como de 15 o 20 moteros de distintos puntos de España, que se iban a recorrer el norte de África. Eran todos más o menos de mi edad, gente que ha visto mis películas y que me conocen de toda la vida. Algunos me decían lo que les gustaba, pero no sólo a ellos, sino a sus mujeres. Y a mí eso de que ellas no me sientan como una enemiga me parece maravilloso.
Si tuvieras que hacer un resumen con pocas palabras de estos 40 años de trayectoria, ¿qué dirías?
Yo siempre antepongo la parte personal. Diría que me quedo con haber conocido a gente que forma parte indisoluble y crucial de mi vida y que he descubierto gracias a esta profesión. Me quedo, sin duda, con ellos. Tuve una temporada en la que contaba con mi círculo de amigos cerrado y no me abría a nadie más. Pensaba: «Qué pereza conocer gente». Pero desde hace unos años, afortunadamente, me dije: «¿Y por qué no voy a hacer que entren personas nuevas en mi vida o yo en la de ellas?». He conocido a algunas tan interesantes que dices, ¡guau!, cuántas cosas te puedes perder por ser hermética o por decir «no, es que esta es mi mentalidad» o «es que yo soy así». No. Uno puede cambiar, es más, debe hacerlo cuando toca. La mente es plastilina pura. Así que de cada producción, por lo menos, hay dos personas que se quedan en mi vida y de manera muy relevante.
Entonces, tendrás un montón de amigos.
¡Mogollón! Ya está comprobadísimo que la gente que tiene una vida social sana vive mucho más. Lo del ermitaño encerrado en sí mismo está demostrado que es fatal, fatal.
¿Y qué te hizo cambiar de forma de pensar?
Nada concreto. Creo que te vas amoldando a las cosas que te suceden. Ahora, yo necesito compensar. Por un lado soy algo hiperactiva, pero después tengo que poner mi cuerpo a cargar. Si no estoy en un rodaje, por las mañanas siempre aprovecho para hacer muchas cosas: recados, ejercicio... Pero por las tardes, me enchufo música y me tiro en el sofá con un libro. Y entonces, cuando llega mi chico del trabajo, ya estoy otra vez al 100%... porque me he recargado.
O sea, has encontrado un equilibrio bastante...
... bastante guay, sí. Es como mi casa en Málaga, a donde, cuando tengo unos días libres, procuro escaparme. Y allí sí que no veo a nadie. Es algo que también necesito, estar conmigo. Me parece fundamental. Es mi refugio.
¿Y cómo conviven todos esos personajes a los que encarnas con la persona que tú eres realmente?
Yo soy la que les da vida. Un personaje se construye gracias a lo leído y a las experiencias. Los actores y las actrices tenemos miles de ellos dentro de nosotros.
¿Eso no resulta cansado, no pesa un poco?
No, es cuestión de empatizar y de ponerte en el lugar del otro siempre. A mí no me cuesta nada imaginarme cómo es estar en la piel de la otra persona. Aunque, por supuesto, jamás vas a ser como ella, porque el dolor o la angustia o la desesperación o el miedo o lo que sea la sufre otro. Pero siento empatía. No sé meterme en una burbuja y hacer como que todo me resbala, ni cómo se llega a no empatizar y no entender a los demás.
¿Y en el trabajo también eres así?
Mi profesión siempre conlleva mucho trabajo previo. Soy muy rigurosa en esto: cuando cojo un texto tengo que llevarlo a la perfección para que luego un director me quite, me ponga o me haga decir esas líneas haciendo tres volteretas. Lo que sea, yo lo debo tener interiorizado.
Ahora, volviendo a la serie que estrenas, ¿qué reflexiones haces sobre eso, Cuando nadie nos ve?
Pues la maravilla de esta producción es precisamente que ahonda en todas esas cosas que hacemos los seres humanos cuando nadie mira. En nuestra soledad. Que uno puede ser guardia civil, madre de familia o tantos oficios como los que hay en esta serie, de gente con trabajos de responsabilidad, y que, luego, en la intimidad, unos están solos, otros sienten miedo, otros se pelean... Cada uno tenemos nuestros secretos, vulnerabilidades o temores. Este año, por ejemplo, cuando me llamaron para presentar los Goya, lo primero que me vino a la mente fue: «Uy, no, no, qué miedo». Cuando hablé con Trini [Solano, su representante], me dijo «¿Miedo? ¿Me lo dices en serio?».
La actitud importa
Esa frase de su amiga se entiende porque, en el último año, Maribel ha vivido uno de los momentos más difíciles de su vida: Marina, una de sus hermanas mellizas ha padecido un cáncer, lo que le ha hecho, entre otras cosas, aprender a gestionar ese temor. «Cuando llega, no sabes cómo las piernas pueden mantener el resto del cuerpo. Es algo que no entiendes, pero siempre te sostienen. La cabeza hace mucho, aunque el miedo siempre está. Lo que cambia es cómo lo manejas tú y cómo vives con ello. Punto». Y dicho esto, aclara con alivio que, una vez pasado el tratamiento, Marina ha superado la primera revisión. «Es una mujer increíble», continúa, y destaca el valor de la familia: «Hemos hecho una piña, con Pedro incluido», dice sobre su marido, Pedro Larrañaga, el productor teatral con el que lleva más de 25 años, aunque se refiera a él como su chico. «Y con todos mis amigos, que me han sostenido, que ha sido una cosa loca. Estoy muy contenta. Podemos contarlo».
En el estado de tu WhatsApp pones que «la actitud es lo que importa», y en tu cuenta de Instagram te defines como «actriz y disfrutona». Que no falte la alegría, pareces decir.
Si ves mis fotos, siempre intento salir sonriendo, porque para mí es una defensa, es mi escudo. Yo, aunque esté mal, procuro sonreír, porque al final son señales que envías a tu cerebro. Y este entiende si tu gesto indica que estás bien o no. Por dentro puedo estar destrozada, triste, mal. Y también lloro lo más grande, porque uno lo necesita. El dolor es tangible, está ahí, y a veces toca sufrir y desahogarse. Pero intento siempre compensar para que mi cerebro entienda eso. Sonreír es un salvavidas.
Y no te preocupa lo que digan...
No, una de las cosas más sanas que ejercito es que jamás busco Maribel Verdú en ningún lado. No me entero de nada, porque no tengo amigos ni gente alrededor que digan eso de «qué fuerte, ¿has visto lo que han escrito de ti?». Porque para eso son gente de bien y con criterio, y si hay cosas buenas, me las dirán, y de las que no, pues viviré ajena.
Esa es una postura muy sabia...
De superviviente. Y me lo he currado también, ¿eh? La vida está hecha de luces y de sombras; la diferencia está en cómo, con eso, iluminas tu vida. Obviamente, todos tenemos cierta parte narcisista, pero yo procuro prestar poca atención, porque no me sale o no me despierta tanto interés. Creo que es más sano así.
Ahora que todo parece que es susceptible de ser compartido, tú te muestras cuidadosa con las redes sociales.
Procuro usarlas con cautela y respeto, pensando bien las palabras antes de escribirlas, aun sabiendo que nunca vas a gustar a todo el mundo. Por eso sólo tengo Instagram, y pienso que he conseguido reunir una especie de familia, gente que está ahí y agradece que yo comparta con ellos fotos, libros, viajes. A veces los comentarios son tan estupendos que me digo: «Guau, qué bonito». Así me siento cómoda. Ahora, si fuera como esas otras personas con millones de seguidores y una gran cantidad de haters, no aguantaría la presión. Yo cerraría el chiringuito y viviría feliz sin Instagram.
¿Cómo te gustaría verte de mayor?
No lo sé. Es que da igual cómo te quieras ver, lo que tengas en la cabeza o lo que sueñes, porque luego llega la vida, te vapulea, y todo lo que pensabas o planeabas se va a la mierda. Así que prefiero no darle vueltas a qué va a ser de mí, sólo me preocupo por lo que voy a hacer hoy y, como mucho, esta semana. Y luego ya veremos.
Y echando la vista atrás, ¿imaginabas una vida así?
Para nada. Pero me encanta. El otro día, en una cena con mis amigos, me decían que soy hiperactiva. Me llaman Mariplanes. Y yo les rebatía diciendo que eso no es compatible con pasarme horas con un libro en un sofá... Ante eso, me lanzaron otra pregunta: «Ya, pero mientras lees, ¿cuántas veces te levantas a hacer otras cosas?». Y la verdad es que tal vez tengan razón. De niña ya era un alboroto, en el cole, en casa... Pero ¿qué hago, me pongo una escafandra y no siento nada? No puedo. Soy como soy. Este último año me he dado cuenta de lo que es realmente importante y a lo que de verdad hay que tener miedo. Y eso me hace sentir tranquila y bien.