«Me intereso por lo antiguo desde que tengo memoria. Mirar al pasado nos hace reflexionar sobre algunas muy malas decisiones que se toman en el presente», dice quien ausculta el ayer para entender el hoy e interpelarse por el mañana. Ese uso de razón nació en Mary Beard (Much Wenlock, Shropshire, 1955) con cinco años, cuando vio por vez primera los mármoles de Elgin, el nombre con el que se conoce una extensa colección de piezas procedentes del Partenón de Atenas expuesta en el Museo Británico. Si hoy nos planteamos la historia con otra perspectiva es, en parte, gracias a ella. Cada uno de sus textos tiene una dosis perfecta de todo: de desparpajo, de rebeldía, de erudición y de intimidad. Hoy, la más reputada especialista y divulgadora del mundo clásico hace documentales y series, sale en televisión, la llaman los políticos, le piden autógrafos en la calle y los estudiantes quieren hacerse fotos con ella. Habla con propiedad y soltura en sus vastas investigaciones sobre Pompeya y sobre Nueva York, sobre pinturas fálicas y mujeres, sobre Plinio o Apuleyo. Es Dama Comandante del Imperio Británico, incomodó a muchos de sus colegas catedráticos desde el atril de la Universidad de Cambridge –se jubiló hace dos años– y no tiene inconveniente en zafarse con maestría de los trolls en las redes sociales –estos incluso acaban pidiéndole perdón y recibiendo de ella una carta de recomendación laboral–. Está en Madrid para presentar su último ensayo, Emperador de Roma (Crítica). Un ameno recorrido por los reinados de los casi 30 emperadores que se sucedieron entre Julio César y Alejandro Severo. Pero el estudio no es individual, sino de los entresijos de un sistema autocrático que más o menos permaneció estable durante casi tres siglos.

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Foto: Ximena y Sergio

¿Por qué nos atraen tanto los emperadores?

En parte son recreaciones de nosotros más grandes que la vida real. Tienen nuestros defectos, pero son más sangrientos y lascivos, y tienen una vida sexual más excitante. También porque asentaron las bases sobre qué es el poder y formaron un modelo que sigue hoy vigente.

Ahora existe una disputa entre lo que es imperiofilia e imperiofobia. ¿Cuál es tu visión como historiadora?

Esta distinción binaria me parece terrible. Es como lo de derribar o mantener las estatuas. ¿O aplaudes un imperio o lo odias? No creo que polarizar así sea útil para pasar a la siguiente etapa. Todos los imperios son iguales en términos de explotación. Hay que tener cuidado con culpar moralmente al individuo. Tampoco nosotros queremos ver quiénes fabrican nuestros smartphones ni en qué condiciones. Dentro de 100 años habrá gente que diga que nos beneficiamos de una forma moderna de esclavitud. El estudio del imperialismo debe ayudarnos a comprender mejor la ceguera humana.

¿Quiénes son los que tienen hoy en día esa capacidad de pervertir el sistema y la realidad?

Sé que nos enfrentamos a las mismas preguntas y las debatimos a nuestra manera. Una de las que todavía abordamos es cómo de auténticos son nuestros líderes políticos, hasta dónde son reales las palabras que dicen o hasta qué punto son sólo actores. Esto es algo que se discutió continuamente en Roma, sobre todo relacionado con la figura de Nerón: si estaba un poco loco o era sólo un intérprete.

Emperador de Roma (Tiempo de Historia)

Emperador de Roma (Tiempo de Historia)
Crédito: D.R.

¿Quién fue el emperador romano más sobrevalorado?

Claudio tuvo mucha suerte, en parte gracias a Robert Graves y la serie de televisión. Le convirtieron en un viejo emperador académico ligeramente encantador, una especie de tío Claudio, un tipo simpático. Eso era ficción. Si lees lo que los romanos decían de él, que era un bastardo asesino.

Últimamente, con el derribo de varias estatuas, ¿están las representaciones del poder destinadas a caer?

La idea de que todos esos símbolos deben permanecer para siempre es una locura. El problema no es que algunas estatuas tengan que ser derribadas, sino cuáles. La mayoría de las imágenes modernas de los emperadores no estaban ahí para ser admiradas. Sino para ser debatidas. Algunas, por supuesto, hay que retirarlas. Otras nos obligan a pensar por qué están ahí, y eso genera una discusión positiva constructiva. Hay estatuas que nos muestran lo que no hay que ser, lo que un monarca o gobernante no puede hacer. Creo que deberíamos mirarnos a nosotros mismos más detenidamente. Porque ¿cuáles de nuestros héroes actuales serán derribados dentro de 150 años? Hay que resistirse a la autocomplacencia, a pensar que nuestra moral es la buena y que a los demás hay que cortarles el cuello. Porque eso es lo que hacían los emperadores romanos.

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Foto: Ximena y Sergio.

Ahora que están surgiendo nuevos debates alrededor de cuestiones LGBTI, transgénero o queer, ¿el gobernante Heliogábalo fue un abanderado?

Así es, fue el primer transgénero. Si abres bien los ojos, hay todo tipo de exploraciones sobre la fluidez de género en el mundo clásico. Algunas de nuestras preguntas no son nuevas. Es muy importante ver que estas cuestiones se remontan a milenios atrás. La gente se imagina que Roma y Grecia eran mundos donde la división de género era marcadamente binaria. Y, por supuesto, los fundamentos de la cultura grecorromana se cimentan sobre ello. Pero el movimiento trans ha sido realmente influyente en el estudio del mundo antiguo. La mitología se ha cuestionado mucho la división entre lo masculino y lo femenino. Una de las estatuas más famosas del mundo antiguo es la que se tituló Hermafrodita, que muestra a una persona con pene y con pechos. El mundo académico lo ha interpretado siempre como una especie de broma. Pero hay personajes que ya se presentaban como un hombre y una mujer a la vez, como Tiresias.

¿Se puede no evitar comparar ciertos emperadores, como Calígula, con personajes actuales del tablero político?

Estos personajes abominables y despreciables son, en cierta manera, un producto de nuestra cultura. Estamos dispuestos a sentarnos a escuchar a hombres como Trump y aplaudirles. Y creo que es muy fácil para ciertos sectores de la izquierda reducirlo todo a que son unos monstruos, porque están consiguiendo que la gente vote por ellos. Y tampoco basta con decir que su estrategia es la demagogia. Porque el demagogo es un encantador de serpientes, que usa palabras bonitas y mentiras para convencer a la población.

«No hay que pensar que nuestra moral es la buena y que a los demás hay que cortarles el cuello»

¿Qué perdemos cuando arrinconamos el latín en los planes de estudio y parte de sus obras por violentas y machistas?

Me parece que es tener muy poca visión. Si perdemos nuestra conexión con el mundo clásico, no seremos capaces de entender nuestro propio mundo. Mis estudiantes son jóvenes y claro que me preocupo por ellos, pero cuidarlos no significa alejarlos de lo que ha ocurrido. Ser universitario implica la posibilidad de que te ofenda lo que vas a escuchar, pensar es difícil. Siempre les insisto con: ¿cuál es la otra versión? El deber del académico es hacer complicado lo sencillo y bucear por las preguntas más incómodas.

¿Hay una crisis de libertad de expresión en la universidad?

Siempre la ha habido. Es un tema que hay que seguir analizando, nunca ha existido un momento en la historia de Occidente en el que la gente no discutiera sobre quién tenía o no derecho a hablar de algo. A Sócrates lo mataron por ello. Hay periodos en los que esto parece especialmente peliagudo, y creo que hay gente a la que se trata mal, sobre todo en una cultura de medios sociales, cuando debería ser simplemente alguien con quien no estamos de acuerdo. Lo último que me gustaría es un mundo en el que todos estuviéramos de acuerdo. Sería horrible.

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Foto: Ximena y Sergio.

¿Por qué te hiciste clasicista?

Bueno, no me interesaba nada más en la vida. Es decir: me gustaban los chicos, los Stones, los libros... Pero la arqueología era algo distinto. Yo era una niña de pueblo y vivía casi en el aislamiento, y había en mi casa unos libros que tampoco eran comunes: novelas históricas, biografías de emperadores romanos, resúmenes de Plutarco y cosas así. Tuve un profesor maravilloso en esa época que marcó mi vida, porque nos enseñaba lo importante, es decir, lo inútil: poesía y a caminar. Cosas que embellecen el mundo en el que vivimos. Y hacía paseos arqueológicos, y desde entonces me hice una aficionada de las piedras y las historias que cuentan.

¿Qué es la civilización?

Poco menos que un acto de fe.

¿Cómo te gustaría ser recordada?

Como una vieja decente que dio lo mejor de sí e intentó cambiar lo que es injusto. Espero que mis alumnos hayan aprendido a esforzarse y a no amedrentarse frente al poder.

¿Qué diría tu epitafio?

«Ella hizo todo lo posible».

Lettermark

Claudia Saiz Puig es Jefa de Actualidad de ELLE y Coordinadora ELLE Kids.