Sara Sálamo (1992) posee una sabiduría suave: suelta verdades con la delicadeza de quien deja caer plumas y las contempla posarse en el suelo. Su cadencia vital sigue el ritmo fluido de las olas del mar de su Santa Cruz de Tenerife natal y su voz desprende aromas del sur. Es valiente, por eso no esconde sus miedos. Sueña, pero sobre todo vive. Desde que dobló una producción con 11 años, supo que su sitio estaba en el cine. Su humildad y su sensatez la mantienen a salvo de delirios de grandeza y demuestra su energía positiva con cada proyecto en el que se embarca. Ya sea en el reciente western de Pedro Almodóvar junto a Ethan Hawke y Pedro Pascal, como escritora con su novela El ocaso del mono que arañaba la pared, como directora de su primer corto La manzana o con su próximo estreno, la película El favor (10 de noviembre), una comedia ácida de situaciones y enredos que habla de algo que conocemos: la familia (la suya la ha formado junto al futbolista Isco y sus dos hijos), sus entresijos y cómo nos complicamos la vida. Incombustible y reflexiva, que se preparen los haters, porque esta mujer, que se ha convertido en una presencia vigorosa contra las injusticias y las desigualdades, pese a tormentas y amenazas, no tiene techo.
En esta ocasión, ¿qué te movió a ahondar en ese gran microcosmos que es la familia actual?
El favor tenía todos los ingredientes para que me apeteciese trabajar en el proyecto. Una directora a la que admiro (Juana Macías), un elenco que cualquiera querría cerca, un buen guion y una productora con un equipo muy humano que te hacen sentir como en casa. Es cierto que ya había investigado sobre personajes similares al que interpreto, pero esa fue la razón de peso para intentar llevarlo a su máximo exponente y tirarme, de verdad, a la piscina.
¿Existe la familia no asfixiante?
No tengo ni idea, habrá de todo. Yo tengo la suerte de haber nacido en una casa con unos padres que nunca han sido invasivos, que me han enseñado a ser independiente y fuerte. Siempre he tenido una red de seguridad, sin sentirlos en mi nuca o inmiscuyéndose en algo personal.
¿Se puede tratar cualquier tema con buen humor?
Por supuesto. Creo que es sano e importante hablar de todo. Otra cosa es hacer bromas con cosas con las que ya, por suerte, no nos apetece ni sonreír por compromiso.
En El favor, todos los personajes encubren algo de diferente naturaleza... ¿Es la mentira una herramienta para adaptarse a las convenciones sociales?
Quizás es la excusa que al final encuentra el mentiroso para justificarse. Yo, desde luego, no tolero las mentiras en absoluto. ¡Ni las que llaman piadosas!
¿Qué favor no estarías dispuesta a cumplir?
Soy muy normativa. Lo que peor llevaría es que me pidieran hacer un favor que conlleve algo poco ético o ilegal.
¿Y qué te atrae de Aura, tu personaje?
Su desconexión con el mundo real. A veces me gustaría no cuestionármelo todo y vivir durante un rato en su universo.
La consigna de «dime de qué presumes y te diré de qué careces» se representa muy bien en El favor. ¿Qué papel juegan los secretos en nuestra vida en general?
Los Gallardo no son sólo una familia adinerada, sino que les gusta hacérselo saber a los demás. Con respecto a los secretos, como te decía, salvo que sean una sorpresa para la felicidad de otra persona, prefiero no tener nada que ver.
¿De qué forma tu familia ha sido una inspiración para ti?
En infinidad de aspectos. Ojalá yo sepa inculcarles los mismos valores a mis hijos. Les admiro mucho, tanto a nivel personal como profesional.
¿Qué te da la interpretación?
Interpretar es un juego, me devuelve a la niñez y conecta con partes de mí misma que la rutina se come en el día a día. Me gusta mucho investigar mis límites a nivel mental, sentimental y corporal. Ahondar en quién podría ser, si mis circunstancias vitales fueran otras.
Tu filmografía se caracteriza por interpretar a mujeres libres, independientes y, a la vez, vulnerables, sensibles e imperfectas. ¿Dónde radica para ti la esencia de lo femenino?
Nunca me había hecho esa pregunta, pero, si busco en mi imaginario qué describe para mí la esencia de lo femenino, tendría que ver con el instinto.
El favor también pone sobre la mesa temas como la autocrítica y el ego. ¿Cómo te llevas con estas dos asignaturas?
Soy muy exigente conmigo y, para ser honesta, también con los demás. Eso no ha variado desde que tengo uso de razón. En cambio, mi ego sí fluctúa mucho. La percepción que tengo sobre mí misma depende de la etapa en la que esté y las circunstancias que me rodean. También del tiempo y las herramientas que tengo para trabajarlo.
A estas alturas, ¿te preocupa cómo te ve la gente? ¿Cómo es ir por la vida con la cara lavada?
Me encantaría decir que no me preocupa cómo me ve el resto, pero no es así. Si fui a cara lavada (en la pasada edición de los Goya), fue porque me daba reparo y me ponía nerviosa esa situación. Es tremendamente absurdo que me inquiete algo así, y por eso lo hice. Porque a mis compañeros hombres no les supone nada. Y a nosotras sí, y quería romper esa barrera. Tanto por mí misma, como por lanzar esa pregunta a las demás, por si les apetecía cuestionarse de dónde nos viene algo así.
Vivimos en un momento en el que se vigila el lenguaje, no hay afán por entender al otro, impera la sordera... ¿Te preocupa esta situación?
Que se vigile el lenguaje no me preocupa en absoluto. Es más, lo aplaudo. El verbo es muy importante. Puede hacernos felices o mucho daño. Y no sé si impera la sordera, pero de lo que no vamos sobrados es de empatía.
¿Qué estamos perdiendo en esta crisis de comunicación?
Quizás no hay que mirarlo como una crisis de comunicación. Sólo es que quien solía aguantar estoico los ninguneos o las bromas de mal gusto ya no se siente obligado a seguir siendo protocolario. Y eso hace que se equilibre la balanza. Quizás después de la pérdida de privilegios, el berrinche por ello y la resaca emocional, consigamos que la mayoría sean tratos de tú a tú como iguales. Desde el respeto y la empatía. Sin importar el color de la piel, el género, la clase social o tu orientación sexual.
Eres una guardiana de la palabra, el gesto honesto y si ves una injusticia, ahí que te lanzas. ¿Recuerdas la primera vez que dijiste algo sabiendo que no iba a gustarle a todos?
Te podría citar decenas de ejemplos desde el colegio. Llegaron a expulsarme una vez del instituto por señalar y denunciar una situación injusta que afectaba a muchos de los alumnos, pero que nadie se atrevía a verbalizar. Era algo estructural y no gustó que se pusiera en entredicho.
¿Qué hace que te hierva la sangre?
Las injusticias, las mentiras y la violencia.
¿De dónde viene tu valentía?
Nunca me he considerado alguien valiente. Para mí es innato lo de intervenir si me topo con algo de esto.
¿Prefieres ser políticamente correcta o contestar desde la honestidad para que la gente sepa quién eres?
Creo que peco demasiado con lo segundo...
Has crecido como actriz, has dirigido y también has escrito. ¿Qué otra asignatura te gustaría hacer realidad?
Ahora mi mayor sueño es poder dirigir mi ópera prima, un largometraje en el que llevo trabajando mucho tiempo. Son procesos largos y te enseñan a cultivar la paciencia y buscar alicientes para no perder la ilusión por el camino. También me gustaría encontrar huecos para viajar con mis hijos y mi marido. Crear recuerdos junto a ellos y fotografiar todo lo que pueda.
¿Qué historias le cuentas a tus hijos?
En casa tenemos un ritual inamovible. Cada noche, antes de dormir, les leo un cuento. Para mí es uno de los mejores momentos del día. Interpreto cada uno de los personajes con una voz o un acento, y procuro acordarme de cómo era cada uno, para repetírselo exactamente igual el día que volvemos a elegir esa historia. Tenemos una gran colección.
¿Qué queda de aquella Sara que con once años dobló un corto dirigido por su padre?
Tengo más de aquella Sara que cosas que nos separan. Mantengo intacta la ilusión, las ganas de aprender y muchos retos y metas esperándome en el horizonte.
¿Qué sensaciones has revivido con el corto La manzana?
Habla de la belleza en los pequeños detalles. Es algo que me gusta repetirme, siento que pasamos por la vida corriendo.
Hay unos versos de Louise Glück que dicen «Miramos la vida una sola vez, en la infancia. El resto es memoria». ¿Cuánto arrastramos de nuestra infancia?
Traumas, alegrías y recuerdos, supongo. Esa mochila es con la que caminamos cada día. Por suerte, sabemos que hay herramientas para colocar cada cosa donde corresponde.
¿Cómo disfrutas de la cotidianidad?
Mis niños me hacen estar muy presente. No recuerdo la última vez que tuve la sensación de estar aburrida.