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Alba y Sofía Atienza, de Lacrima Terrae
Las hermanas Alba y Sofía Atienza tienen un lema que se ha convertido en su sello personal: «El vino como nunca te lo habían contado». Y lo cumplen a rajatabla. Desde que lanzaron Lacrima Terrae, su proyecto para democratizar el vino, han conseguido lo que parecía imposible: acercar a miles de personas a la enología sin tecnicismos, sin pretensiones y sin miedo. Su perfil de Instagram (@lacrimaterrae), que ya cuenta con una comunidad de más de 200.000 seguidores, se ha transformado en un punto de encuentro donde aprender del vino y diversión van de la mano. A pesar de haber crecido en estrecho contacto con ese mundo –sus padres cofundaron Prior Terrae–, confiesan que siempre se sintieron unas «bebedoras frustradas». Pensaban que no sabían lo suficiente como para poder elegir y beber vinos sin miedo a equivocarse. Así que se pusieron manos a la obra para aprender, pero con una condición: nada de complicaciones. «No queríamos ser expertas, sólo saber lo suficiente para no pedir siempre lo mismo», comenta Alba. Y lo que aprendieron, lo compartieron en sus redes sociales con un lenguaje fresco y directo. La clave de su éxito radica en simplificar sin perder valor y con un enfoque tan sencillo como revolucionario: situar al consumidor en el centro de la conversación. Según Alba, «el secreto está en quitarle capas de complejidad al vino. Elegimos bien los mensajes, tratamos de captar la atención con vídeos de 30 o 40 segundos y nos centramos más en las situaciones cotidianas que vive un consumidor que en la teoría alrededor del vino». Así es como han roto barreras y llegado a un público más amplio con propuestas tan atractivas como vinos para una cena de amigos, cómo abrir un espumoso sin montar un desastre o recomendando vinos de supermercado sin complejos. Tras varios años compartiendo trucos y conocimientos a través de las redes, dieron un paso más allá con su primer curso de cata online. Y, aunque todavía les queda mucho por explorar, ambas tienen claro cuál es su objetivo: «Queremos que la gente disfrute del vino sin sentirse juzgada, sin necesidad de seguir rituales o de conocer todos los términos. Queremos construir una comunidad donde nadie crea que necesita un máster para disfrutar de una copa».
Pilar Oltra, de Vinology
Pilar Oltra no es una sumiller cualquiera; también sabe contar historias. Historias que huelen a viñedos al amanecer, a la expresión de un paisaje, a viticultores y enólogos que han dejado su huella y a uvas que han recorrido un largo camino desde la vid hasta la copa. Su lugar en el mundo se llama Vinology, un espacio singular en Madrid (Conde de Aranda, 11 y Zurbano, 13) que no sólo acoge un restaurante, una tienda o catas y talleres. Es una experiencia que acerca el vino a las personas, con un enfoque cálido y sin pretensiones. «Parece que hay que entender de vinos para beberlos y no, al igual que no hace falta ser un experto en gastronomía para disfrutar de una comida –argumenta. El vino es mi vida, me crie entre cepas. Además, une a las personas, da pie a comidas en familia o con amigos... Siempre suceden cosas bonitas alrededor de él». Más allá de un producto, representa una herramienta educativa y cultural, y Pilar ha roto con la idea de que está reservado únicamente a entendidos. Eso es lo que busca cambiar en su local, donde cada vino se escoge con una meticulosidad de artista. Porque en Vinology no se trata de ofrecer una bebida, sino de narrar la historia que hay detrás de cada etiqueta: «Nuestra carta resulta didáctica, para que el que no sepa nada pueda sentirse cómodo y disfrutar. Se centra en la accesibilidad y la diversidad que nos rodea».
Meritxell Falgueras, de Wines and the City
De pequeña, Meritxell Falgueras se movía como pez en el agua entre las viñas, las etiquetas y los recovecos de la tienda familiar, la histórica bodega barcelonesa Celler de Gelida, una escena que recuerda con humor: «Ya sabía que magnum no era sólo un helado, sino también una botella de litro y medio». Desde entonces esta sumiller, periodista y humanista tiene el propósito de desafiar las normas establecidas del mundo del vino con una voz fresca, femenina y sin tapujos. Ya sea en su blog Wine and the City, en los medios con los que colabora, a través de sus libros –el último, la novela Cátame– o con el colectivo Mujeres del vino –una plataforma que amplifica las voces femeninas dentro del sector–, se ha convertido en una referencia que mezcla la cultura del vino con el cosmopolitismo y el empoderamiento femenino. Está convencida de que cada botella esconde una buena historia, pues «cada vez que vaciamos una, la llenamos de sentimientos». Para ella el vino es más que un producto: es un puente hacia las emociones humanas que no entiende de géneros. «No existen vinos para mujeres o para hombres, a muchas nos encanta un buen priorat. Por esa regla de tres, también los habría para la comunidad LGTBIQ+. El vino es inclusivo y de género fluido, una bebida que trasciende las etiquetas sociales y culturales, y se aleja de los clichés».