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Tengo suerte y tengo que escribirlo con todas sus letras para que no se me olvide. Una de las grandes ventajas de ser cineasta (y encima foodie en mi caso) es que la gente me abre sus casas, sus cocinas, sus vidas. Acabo de rodar una película en La Rioja y eso me ha permitido conocer una región con gentes de una calidez excepcional.
Habría mil lugares para destacar, pero voy a hablar de tan solo unos cuantos que, a mi parecer, resumen sumariamente las bondades de esta tierra que además de producir grandes vinos, posee restaurantes y locales que colman de dicha al gourmet más exigente.
Venta Moncalvillo es un restaurante estrellado que se halla en Daroca de Rioja, un pueblo de 45 habitantes. El lugar, su bodega y su huerta son una maravilla. Los hermanos Echapresto, con un tesón y un esfuerzo considerables, han creado un verdadero oasis gastro, con tres menús que priorizan el producto local: desde la mesa puedes ver que los espárragos, los guisantes o la tisana que te tomas acaban de ser recogidos en la huerta. Recuerdo unos boletus con piñones y un guiso de calabaza y garbanzos excepcionales.
Un poco más lejos, en Haro, está Nublo, un restaurante donde la protagonista es la brasa, no se utiliza ni gas ni electricidad en la cocina y esto no es sólo un argumento de marketing: hay en Nublo una decidida voluntad de acariciar el pasado gastronómico con ideas de hoy. El restaurante es acogedor y lleno de detalles maravillosos, desde las lámparas hasta la escalera-bodega, pasando por platos memorables (¡esas alcachofas con berberechos!).
Otro estrellado, este en Ezcaray, capitaneado por hermanos, los Paniego: El Portal de Echaurren. Este dos estrellas, donde todo está cuidado hasta el mínimo detalle, es un paraíso para los amantes de la casquería, que cada vez son más.
Permanecen en la memoria las infusiones frías de frutos rojos y menta, el cardo, las alcachofas, las croquetas, las hojas de borraja fritas y el bocado de Tondeluna (así se llama otro acogedor local que los Paniego poseen en Logroño).
De todos los lugares alucinantes de Logroño capital, destacaría tres. El primero de ellos, la Tortillería de La Concordia, donde si Román Marugal no hace las mejores tortillas del universo, no está lejos. ¿El secreto? Cariño, buen producto, buena técnica y buen humor. Román las confecciona cada día de pimientos, de callos, de gorgonzola, de chipirones en su tinta, de sesos y hasta de rape cuando se siente inspirado. Una visita a la zona del Laurel sin un pincho de tortilla de Román no tiene sentido.
El restaurante Taberna Herrerías, en la calle del mismo nombre, es uno que no he parado de recomendar por su encanto, simplicidad y excelso producto: los mejores espárragos blancos de mi vida los he comido allí, siguiendo el consejo de su atentísimo propietario, que pasea mesa a mesa la pizarra con los hallazgos del día. Un lugar que seduce sin pretenderlo, al que siempre apetece volver.
Por último, si amáis las croquetas, no podéis dejar de visitar Divina Croqueta, donde las hermanas Loro, en la cocina, y Fermín, en la barra, proponen un surtido increíble. Mis favoritas: las de pollo al curry y las de gambones y puerro, además de una cierta variedad japonesa de una tal Isabel Coixet... Para probarla, sólo hay que acercarse a Logroño y pasar por la calle San Agustín, 29.