Sito sospechaba que iba a ser el primero en morir de toda su cuadrilla, que es la cuadrilla de mi padre. Los indicios para profetizarse tal suerte eran claros: su débil corazón padeció tres infartos a una edad en la que el resto de sus amigos aún no habían padecido achaques ni eran aún abuelos. No tuvo hijos, tal vez por ese presagio de que en cualquier momento le fallaría el corazón. El final, tal como auguró, le llegó antes que a ningún otro de su cuadrilla, aunque su muerte se pareciera bien poco a cómo se la esperaba: contrajo una meningitis durante unas vacaciones en Turquía. Sea como fuere, Sito había imaginado ya el mundo con su silla vacía en la mesa de sus amigos y lo tenía todo dispuesto en un testamento con una provisión sorprendente: había que reunir a todos los amigos en un restaurante para que se dieran un buen banquete en su memoria. Ágape tras el cual no habría esa discusión tan de Bilbao sobre quién tiene el honor de pagar la cuenta. Sito, como buen vasco, se había adelantado a todos y dejaba pagada la comida desde el más allá. Cuando escuché a mi padre contar esta historia, me entraron ganas de escribir mi testamento y diseñar esa comilona con la que les pido a los amigos que festejen mi paso por el mundo.

Es sin duda una buena manera de irse para el primero de una cuadrilla, aunque si todos hiciéramos lo mismo, los últimos en morir de la cuadrilla tendrían unos banquetes finales muy lúgubres, cenas deprimentes de dos o tres, en que la mesa está ya plagada de ausencias y en que todo recuerda a los presentes que les queda poco.

Pero hete aquí una fi gura legal centenaria que me descubrió el otro día mi tío Luis, la tontina, que puede llenar de diversión y expectativa el final de una cuadrilla, y que es algo así como un premio para el superviviente o una apuesta a ver quién es el último en morir. Consiste en establecer un bote, en que cada mes o cada año se va llenando la hucha con contribuciones iguales de todos los miembros, y la suma acumulada se la queda el que quede.

No se llama tontina porque sea una cosa tonta, sino porque el plan lo inventó el banquero napolitano Lorenzo de Tonti en el XVII, y sigue hoy regulado. De modo que ahí tienen mis propuestas para que las discutan y pacten entre amigos: una tontina dispuesta como alegría para el último, y el banquete de Sito a cargo del primero en irse para alegrar al grupo tras el primer aldabonazo de la muerte.