Dicen los expertos que el solsticio de verano tiene lugar entre el 21 y 22 de junio. Pero los expertos, sean quienes sean, no saben que el verano comienza realmente cuando mi madre, feliz y acalorada, deja caer un risueño «pues ya estamos en verano». Y puede que la frase, repetida con una misma cadencia, sea dicha en mayo o principios de junio. Pero son esas las palabras que marcan el inicio de esos meses que se extienden hasta que, de nuevo, chaqueta en mano, asoman por el horizonte las castañas del Día de Todos los Santos. Porque es entonces cuando mi madre anuncia, con honda melancolía, «pues ya nos hemos quedado sin verano».
La familia es el lugar donde miramos el mundo por primera vez y donde aprendemos a nombrarlo. De ese universo perviven ciertas frases y letanías que tejen ese universo al que nunca dejamos de pertenecer. Lo contó mucho mejor que yo Natalia Ginzburg en 'Léxico familiar, en el que rememoró parte de su vida a través de los hilos evocadores del lenguaje. Para ella, expresiones como «para vosotros todo es la casa de Tócame Roque» o «sois unos poltronas» suponían, ya siendo adulta, una especie de pasarela secreta hacia su infancia. La autora entendió muy pronto que ese lenguaje íntimo se iría perdiendo con el tiempo. Quizás por eso escribió 'Léxico familiar': para que fuéramos nosotros, los lectores, los que mantuviéramos con vida todas aquellas palabras perdidas.
Unos meses atrás di con un proyecto llamado 'Almost All The Flowers In My Mother’s Garden' (Casi todas las flores en el jardín de mi madre), de la artista finlandesa Hilla Kurki. Para explicar el origen del proyecto, Kurki hablaba del vínculo algo distante que la unía a su madre y de la relación tan íntima y cuidadosa que su madre mantenía con las flores de su jardín. Las mimaba con la dedicación de quien las sabe depositarias de un cariño extraviado. Tal vez para acercarse a ella, la creadora empezó un proyecto artístico en el que retrató una a una todas esas flores. El resultado fue un libro en el que, para acompañar a esos retratos, pidió a gente –otros artistas y amigos– que le contara recuerdos de sus madres. En esas páginas conviven estampas de cotidianidad –«Recuerdo ser muy pequeño y ver a mi madre ponerse el desodorante y el ruido casi inaudible que hacía el roll-on en el hueco de la axila»– con el misterio –«Recuerdo que mi madre a veces se quedaba callada y eso me daba más miedo que cuando gritaba»–. El libro me acompaña desde que lo leí. Lo enmarca ese título evocador encabezado por el adverbio, el casi. «Lo que cabe en un adverbio», me digo. Porque deja lugar a la hipótesis y la duda de que quizás haya otras flores, otras plantas que no están en el jardín. Y que no son plantas.
Dicen que cada casa es un mundo y cada uno de estos mundos posee un lenguaje propio que está cosido de voces y términos que se cruzan continuamente, de consignas que se repiten ineludiblemente en unas mismas situaciones. Para Ginzburg la familia estaba en el lenguaje, y Kurki se acerca a su madre a través de unas flores y un adverbio. Por eso, también yo, entiendo que al verano le da la bienvenida mi madre, que compra cerezas por primera vez y anuncia triunfante al entrar en casa: «Pues parece que ya ha llegado el verano».