La Generación Z llegó pisando fuerte, con las ideas muy claras y un discurso que prometía un cambio sustancial en la forma de relacionarnos, de cuidarnos y, en general, de vivir. Alzaban la voz apelando a la belleza inclusiva y diversa, amplia y empoderada para todos; aunque su discurso no ha llegado tan lejos como se esperaba. O tal vez sí, pero viene acompañado de la necesidad de recurrir a retoques estéticos, intervenciones quirúrgicas, abuso de filtros en las redes sociales y horas de clases magistrales de maquillaje para rejuvenecer cinco años a golpe de brochazo. Y es que el pánico a los efectos que el tiempo causa de manera natural en nuestro cuerpo se ha intensificado y adelantado, afectando tanto física como mentalmente, no sólo a las personas mayores, sino también a las más jóvenes.
Hablamos de la midorexia, que proviene de la unión de la palabra inglesa midlife –en castellano, mediana edad– y el sufijo -orexia. Un trastorno que, sorprendentemente, experimentan en la actualidad muchos nacidos entre 1996 y 2010. Se caracteriza por una conducta obsesiva por aparentar menos edad de la que se tiene, con todo lo que ello implica en lo referente a la autoestima y presión social. En una era dominada por Instagram, TikTok, los filtros de belleza y los estándares imposibles, los jóvenes se enfrentan a un fantasma cuya existencia rara vez se discute: el miedo a envejecer.
La cultura de la juventud
Durante siglos, la ancianidad ha sido considerada una etapa de sabiduría, pero, hoy en día, para muchos chicos y chicas es sinónimo de pérdida de belleza, gracia, relevancia y, en cierto sentido, de identidad. ¿Qué está sucediendo? El primero que acuñó la expresión síndrome de Peter Pan para hacer referencia a los adultos que no aceptan su fase vital y se comportan como niños o adolescentes y no asumen las responsabilidades que les tocan, fue el psicólogo estadounidense Dan Kiley en su libro The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up –traducido al español: El síndrome de Peter Pan: los hombres que no querían crecer nunca–. Pero la novedad es que ahora son los jóvenes, influenciados por el exceso de información distorsionada que circula en las redes sociales –fotos ultrarretocadas y vídeos hechos con inteligencia artificial, que recrean rasgos y siluetas considerados perfectos–, los que experimentan con ansiedad los cambios físicos naturales asociados al paso del tiempo. Una distorsión absoluta que está llenando las consultas de los psicólogos por desórdenes como la adicción a esa vida ficticia en las pantallas o la depresión.
Para muchos de ellos, envejecer representa una disminución considerable de reconocimiento no sólo en el plano físico, sino también en el ámbito profesional, emocional y social. Les angustia no sentirse capaces o útiles en un entorno que, como en el que nos desarrollamos, prioriza la productividad y el impacto inmediato. ¿Cómo dar por válido un sistema de valores que mide el mérito únicamente por nuestros logros externos, nuestra capacidad de destacar frente a los demás y nuestra apariencia, en vez de tener en cuenta quiénes somos como seres humanos, nuestras experiencias y los códigos éticos que cultivamos? Es el momento de revisar nuestros cimientos para vivir con plenitud cada etapa de nuestra existencia. Debemos adaptarnos y abrazar las transformaciones consustanciales a la edad y de esta forma podremos construir una autoestima sólida.
La autoexigencia roba tu paz
Durante años, el perfeccionismo se ha asociado con disciplina, ambición y responsabilidad siempre acompañado por frases que glorifican el esfuerzo extremo como «nunca es suficiente» o «querer es poder», disfrazando de virtudes y normalizando el estrés y la autoexigencia. Lejos de ser aspectos positivos, el deseo de tenerlo todo bajo control y rozar la excelencia en cualquier ámbito, lleva a una sensación de continua insatisfacción y una autocrítica implacable con su consecuente ansiedad existencial por algo que, en el tema que abordamos, no puede controlarse: detener el tiempo. El problema real con el perfeccionismo es que no tiene fin. Siempre hay algo más por pulir, una arruga por borrar, un contorno que mejorar. Y así, cruzamos esa temida línea roja que separa el cuidarnos por placer de la autocrítica, que aplica una lupa cruel y hostil que nunca queda satisfecha. La verdadera revolución de belleza no reside en encontrar el producto milagroso, sino en cambiar la conversación interna. En mirarte al espejo sin buscar el fallo. En recordar que no tienes que gustarle a nadie para poseer relevancia tengas la edad que tengas.
Consejos para liberarte del sobrecontrol
Cristina Arizón, psicóloga especializada en RO-DBT, terapia para el tratamiento del perfeccionismo y sobrecontrol psicológico (institutoapertio.com), aconseja:
• SÉ CONSCIENTE Identifica tus ideas rumiantes y rompe el ciclo.
• PRACTICA UNA AFICIÓN De esta manera enfocarás tu energía en algo positivo y gratificante.
• MENTALIDAD REALISTA Acepta que el físico evoluciona y que la belleza se transforma, esto te permitirá gozar de cada etapa y del proceso completo.
• MUÉVETE Si sientes que tu mente se aferra a la rigidez, haz lo opuesto con tu cuerpo. Ejercitarlo de forma intencionada puede ayudarte a flexibilizar tus pensamientos y salir así de patrones subyugantes e intransigentes.
El 40% de los jóvenes entre 18 y 30 años siente ansiedad al pensar en envejecer
Según datos de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, el 40% de los jóvenes entre 18 y 30 años admiten sentir ansiedad al pensar en envejecer. Una cifra que refleja una realidad que no tiene que ver únicamente con el aspecto físico, sino con un miedo más profundo: el de quedarse obsoletos en un mundo que avanza a un ritmo vertiginoso. Esta dosis de presión se multiplica cuando hablamos de las mujeres, generando una desconexión emocional con los procesos naturales del cuerpo, ya que, en lugar de aceptar los cambios, se busca a toda costa revertirlos, creando una relación tensa y frustrante. «Pienso que ahora hay tanto que ver y tanto que consumir que siempre estamos queriendo comprar “la última pastilla que te desinflama”, “esto que va a hacer que envejezcas mejor”... Recibimos muchísima información y es normal sentir angustia, a mí me pasa también», nos confesaba la actriz argentina Valentina Zenere recientemente, quien, con sólo veintiocho años y más de once millones y medio de seguidores en Instagram, conoce perfectamente lo que es convivir con esta presión en su día a día. «Tienes la sensación de que quieres todo, que no sabes qué más puedes hacer para estar bien... Y es mucho más duro con el envejecimiento femenino que con el del hombre. Ojalá pudiésemos tranquilizarnos un poco, porque sé que sufrimos, a mí realmente me cuesta», concluía.
La juventud no es el único tramo de nuestra existencia que merece la pena ser celebrado intensamente. Tenemos que asumir que esta es subjetiva, breve y efímera. Sin embargo, la autenticidad, el conocimiento atesorado y la experiencia no tienen fecha de caducidad. Es nuestro deber recordarnos que no tenemos que gustarle a nadie para albergar valía y que, como decía el cantante Pau Donés, «vivir es urgente», está en nuestras manos hacerlo de una manera amable y sensata. En ELLE somos firmes defensores de la belleza con mayúsculas, esa que sale del interior y se refleja en el exterior, la que se cultiva por placer y no por obligación, la que supone un rato de desconexión y autocuidado y libera endorfinas.
Por eso, queremos animarte a que aplaudas el ahora intentando ser la versión más positiva, agradable, respetuosa y buena contigo misma, porque sumar años significa que sigues aquí, y cada mañana que te despiertas supone un regalo que merece ser disfrutado intensamente.